He aquí un texto de juventud de un buen amigo que me ha permitido "arreglarlo" libremente. Lo publico con todo mi agradecimiento, considerándolo un doble regalo.
EL VIAJE
DEFINITIVO
Era una noche desapacible y llena de terribles presagios, con la naturaleza mostrando su genio más desabrido e intempestivo.
Los
relámpagos teñían los cielos de intermitentes resplandores plateados, creando
cuadros surrealistas en el paisaje, seguidos a continuación de estruendosos truenos
amenazadores.
Aunque no
llovía, muy escasas criaturas se aventuraban fuera de sus refugios. La mayoría permanecía en sus guaridas a causa de los intimidantes rayos furibundos.
Bajo un
puente sin tránsito alguno, un hombre permanecía sentado sobre una piedra con
la espalda apoyada en el viejo cemento de la pared, que seguía resistiendo tercamente el
paso del tiempo.
Disfrutaba con
la descomunal manifestación de energía que el cielo desplegaba ante sus ojos, y como
amante de la tormenta, se sentía en armonía con la poderosa manifestación de
una naturaleza vigorosamente viva.
Aunque la vegetación del lugar era pobre y rala, satisfacía lo suficiente a aquel hombre, pues comprendía que no tardaría demasiado en desaparecer:
Los tentáculos de la ciudad,
siempre en expansión, pronto arrasarían aquel entorno. Mientras tanto, aquel
desolado lugar era su hogar, un oasis de paz que seguramente logró albergar en
tiempos lejanos una vegetación más exuberante.
Aquel hombre
se había retirado, hacía tiempo, de la sociedad civilizada de su época.
La sociedad
tecnológica dominante de entonces, altamente desarrollada, había logrado colonizar gran
parte del Sistema Solar y explorado todos los abismos marinos.
Su población,
estrictamente planificada, se congregaba en grandes ciudades bullentes de ruido
y luces variopintas. En ellas, sus habitantes se hallaban a salvo de cuantas
enfermedades azotaran anteriormente a la especie humana, gracias a una sofisticada ingeniería genética
muy avanzada.
Sin embargo,
extrañas plagas metafísicas provocaban enajenamientos y depresiones frecuentes.
Aquella sociedad, víctima de su superficialidad y de su escasa relación con la Naturaleza,
se consumía amenazada por su propia autodestrucción.
Aquel hombre
comprendió el error de aquella civilización frenética y vacía. Exhortó a las
personas de su entorno hacia un cambio de vida más consciente, orientado hacia el
ser interior, pero pronto comprendió que sus esfuerzos resultaban estériles.
Cada cual se
aferraba a sus creencias, receloso de asumir nuevas experiencias. El viaje
interior, pensó, es personal e íntimo, no puedo ayudarles.
Pero no
siempre estuvo tan consciente. Fue el amor a una mujer quien despertó en él un
maravilloso ramillete de sentimientos que le impulsó a vivir cada momento con
todo su ser. Semillas aletargadas en su espíritu, comenzaron a brotar
agudizando su visión y su capacidad de razonamiento.
Entonces
intuyó el sinuoso camino interior que debería recorrer para completar su
evolución y alcanzar, ya realizado su periplo, el océano espiritual.
Cuando murió
su mujer, sufrió diversos altibajos, pero el río de su consciencia continuó su
viaje pese a todo, a veces subterráneo y casi detenido, y a veces resuelto y
audaz como un torrente.
Su búsqueda
de la divinidad y la plenitud interior, que mora en cada alma humana, le llevó
a desconfiar de gobiernos, iglesias e instituciones, centradas en la propia
perpetuidad de sus rangos y privilegios.
Así que,
alcanzada una edad madura, se alejó de su mundo para realizar su propio camino,
libre de obstáculos y atrapes constrictores.
Mientras la
tormenta eléctrica arreciaba, cierto cansancio se apoderó de él, llevándole a
rememorar tiempos pretéritos, cuajados de ilusiones, ideas y proyectos iluminados
por el amor y los misterios que comenzaba a vislumbrar y descubrir por aquel
entonces.
¡Le quedaba
tanto por alcanzar! Comprendió finalmente que no era la meta lo importante,
sino el trayecto hacia el destino final, con todas las decisiones y
aprendizajes que le aguardaban. Sólo así, podría abandonar la existencia
material sin reproches ni temores.
Entonces
expresó de todo corazón: “Hágase tu voluntad” y se entregó a la libertad del
espíritu.
Cuando la
tormenta cesó, la oscuridad y el silencio se apoderaron de su entorno. La
Naturaleza había enmudecido, pero entonces un relámpago inundó de luz toda la tierra
como si el tiempo se hubiese detenido.
Nuestro
hombre salió fuera del puente y avanzó sorteando los matorrales en dirección a la ciudad
que habitualmente divisaba en lontananza. La intensa luz, cálida y suave, no le permitió ver nada que no fuera su estático resplandor.
A pesar de
que siempre procuró ensanchar las fronteras de su percepción, y esperar lo
inesperado, aquel fenómeno le asombró genuinamente, anulando cualquier posible reacción.
Entonces vislumbró partículas luminosas que destacaban en la fantástica luminiscencia
y, al instante, le embargó una felicidad inusitada mientras los detalles de su
existencia se desplegaban en su mente con todo lujo de detalles.
¿Qué
significaban aquel fantástico fenómeno y aquellas sensaciones tan extraordinarias?
Mientras se
preguntaba tratando de comprender, oyó la voz de una niña:
-No te
preocupes de entender, procura sentir y las respuestas surgirán de ti mismo.
De repente, descubrió
a la niña junto a él ofreciéndole su mano.
-Acompáñame –le
dijo.
Se dejó
llevar, mientras la niña le hablaba con gran dulzura y sencillez, satisfaciendo
su curiosidad y sus dudas.
-¿Tienes
padres? –inquirió a la niña.
-Ahora no,
todavía no los necesito.
-No te entiendo bien.
-No hace
falta que lo entiendas todo, basta con que sientas sin preocuparte de nada. Ya
hemos llegado a tu destino. Debo irme. Adiós.
Al quedarse
solo, se centró en los sentimientos que emergían de su espíritu. Vio un río con
su nombre que discurría por parajes tortuosos hasta alcanzar una entrada subterránea.
Entonces
comprendió todo de golpe. Se giró y encontró a su mujer, sus familiares y
amigos dándole una cálida y amorosa bienvenida. Había llegado a casa.
En el puente
viejo, tras una noche desapacible, cuajada de relámpagos, una pareja de jóvenes
paseantes encontró, a la mañana siguiente, el cuerpo sin vida de un anciano vagabundo.
Me ha encantado el relato. Coincido en que lo importante no es la meta sino el trayecto hacia nuestro destino final. En ese trayecto es donde tenemos que trabajar y centrar nuestros esfuerzos. Siempre buscando la libertad creativa, la realización personal y lun mundo más humano y solidario.
ResponderEliminarUn abrazo
Imposible expresarlo mejor, amigo Fernando.
ResponderEliminarEl autor del relato, que no quiere que aparezca su nombre, te contestará seguramente cuando buenamente pueda.
Un abrazo.
Verdaderamente, hermano Pere, el texto ha quedado MUY MEJORADO, sin el menor atisbo de duda. Creo que podrías ganarte la vida como corrector literario sin problemas. Muchas gracias y un abrazo.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado, Fernando, simpatizo ABSOLUTAMENTE con los valores que mencionas. Gracias
Ya te he hecho el contracomentario en el artículo anterior.
ResponderEliminarAquí te agradezco tus amables consideraciones y aprecio.
El famoso Campillo me llamaba "corregidor, mentor y vate"
Otro abrazo.