martes, 12 de enero de 2021

He aquí un texto de juventud de un buen amigo que me ha permitido "arreglarlo" libremente. Lo publico con todo mi agradecimiento, considerándolo un doble regalo.


EL VIAJE DEFINITIVO

Era una noche desapacible y llena de terribles presagios, con la naturaleza mostrando su genio más desabrido e intempestivo.

Los relámpagos teñían los cielos de intermitentes resplandores plateados, creando cuadros surrealistas en el paisaje, seguidos a continuación de estruendosos truenos amenazadores.

Aunque no llovía, muy escasas criaturas se aventuraban fuera de sus refugios. La mayoría permanecía en sus guaridas a causa de los intimidantes rayos furibundos.

Bajo un puente sin tránsito alguno, un hombre permanecía sentado sobre una piedra con la espalda apoyada en el viejo cemento de la pared, que seguía resistiendo tercamente el paso del tiempo.

Disfrutaba con la descomunal manifestación de energía que el cielo desplegaba ante sus ojos, y como amante de la tormenta, se sentía en armonía con la poderosa manifestación de una naturaleza vigorosamente viva.

Aunque la vegetación del lugar era pobre y rala, satisfacía lo suficiente a aquel hombre, pues comprendía que no tardaría demasiado en desaparecer: 

Los tentáculos de la ciudad, siempre en expansión, pronto arrasarían aquel entorno. Mientras tanto, aquel desolado lugar era su hogar, un oasis de paz que seguramente logró albergar en tiempos lejanos una vegetación más exuberante.

Aquel hombre se había retirado, hacía tiempo, de la sociedad civilizada de su época.

La sociedad tecnológica dominante de entonces, altamente desarrollada, había logrado colonizar gran parte del Sistema Solar y explorado todos los abismos marinos.

Su población, estrictamente planificada, se congregaba en grandes ciudades bullentes de ruido y luces variopintas. En ellas, sus habitantes se hallaban a salvo de cuantas enfermedades azotaran anteriormente a la especie humana, gracias a una sofisticada ingeniería genética muy avanzada.  

Sin embargo, extrañas plagas metafísicas provocaban enajenamientos y depresiones frecuentes. Aquella sociedad, víctima de su superficialidad y de su escasa relación con la Naturaleza, se consumía amenazada por su propia autodestrucción.

Aquel hombre comprendió el error de aquella civilización frenética y vacía. Exhortó a las personas de su entorno hacia un cambio de vida más consciente, orientado hacia el ser interior, pero pronto comprendió que sus esfuerzos resultaban estériles.

Cada cual se aferraba a sus creencias, receloso de asumir nuevas experiencias. El viaje interior, pensó, es personal e íntimo, no puedo ayudarles.

Pero no siempre estuvo tan consciente. Fue el amor a una mujer quien despertó en él un maravilloso ramillete de sentimientos que le impulsó a vivir cada momento con todo su ser. Semillas aletargadas en su espíritu, comenzaron a brotar agudizando su visión y su capacidad de razonamiento.

Entonces intuyó el sinuoso camino interior que debería recorrer para completar su evolución y alcanzar, ya realizado su periplo, el océano espiritual.

Cuando murió su mujer, sufrió diversos altibajos, pero el río de su consciencia continuó su viaje pese a todo, a veces subterráneo y casi detenido, y a veces resuelto y audaz como un torrente.

Su búsqueda de la divinidad y la plenitud interior, que mora en cada alma humana, le llevó a desconfiar de gobiernos, iglesias e instituciones, centradas en la propia perpetuidad de sus rangos y privilegios.   

Así que, alcanzada una edad madura, se alejó de su mundo para realizar su propio camino, libre de obstáculos y atrapes constrictores.

Mientras la tormenta eléctrica arreciaba, cierto cansancio se apoderó de él, llevándole a rememorar tiempos pretéritos, cuajados de ilusiones, ideas y proyectos iluminados por el amor y los misterios que comenzaba a vislumbrar y descubrir por aquel entonces.

¡Le quedaba tanto por alcanzar! Comprendió finalmente que no era la meta lo importante, sino el trayecto hacia el destino final, con todas las decisiones y aprendizajes que le aguardaban. Sólo así, podría abandonar la existencia material sin reproches ni temores.

Entonces expresó de todo corazón: “Hágase tu voluntad” y se entregó a la libertad del espíritu.

Cuando la tormenta cesó, la oscuridad y el silencio se apoderaron de su entorno. La Naturaleza había enmudecido, pero entonces un relámpago inundó de luz toda la tierra como si el tiempo se hubiese detenido.

Nuestro hombre salió fuera del puente y avanzó sorteando los matorrales en dirección a la ciudad que habitualmente divisaba en lontananza. La intensa luz, cálida y suave, no le permitió ver nada que no fuera su estático resplandor.

A pesar de que siempre procuró ensanchar las fronteras de su percepción, y esperar lo inesperado, aquel fenómeno le asombró genuinamente, anulando cualquier posible reacción. Entonces vislumbró partículas luminosas que destacaban en la fantástica luminiscencia y, al instante, le embargó una felicidad inusitada mientras los detalles de su existencia se desplegaban en su mente con todo lujo de detalles.

¿Qué significaban aquel fantástico fenómeno y aquellas sensaciones tan extraordinarias?

Mientras se preguntaba tratando de comprender, oyó la voz de una niña:

-No te preocupes de entender, procura sentir y las respuestas surgirán de ti mismo.

De repente, descubrió a la niña junto a él ofreciéndole su mano.

-Acompáñame –le dijo.

Se dejó llevar, mientras la niña le hablaba con gran dulzura y sencillez, satisfaciendo su curiosidad y sus dudas.

-¿Tienes padres? –inquirió a la niña.

-Ahora no, todavía no los necesito.

-No te entiendo bien.

-No hace falta que lo entiendas todo, basta con que sientas sin preocuparte de nada. Ya hemos llegado a tu destino. Debo irme. Adiós.

Al quedarse solo, se centró en los sentimientos que emergían de su espíritu. Vio un río con su nombre que discurría por parajes tortuosos hasta alcanzar una entrada subterránea.

Entonces comprendió todo de golpe. Se giró y encontró a su mujer, sus familiares y amigos dándole una cálida y amorosa bienvenida. Había llegado a casa.

En el puente viejo, tras una noche desapacible, cuajada de relámpagos, una pareja de jóvenes paseantes encontró, a la mañana siguiente, el cuerpo sin vida de un anciano vagabundo.


4 comentarios:

  1. Me ha encantado el relato. Coincido en que lo importante no es la meta sino el trayecto hacia nuestro destino final. En ese trayecto es donde tenemos que trabajar y centrar nuestros esfuerzos. Siempre buscando la libertad creativa, la realización personal y lun mundo más humano y solidario.
    Un abrazo

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  2. Imposible expresarlo mejor, amigo Fernando.
    El autor del relato, que no quiere que aparezca su nombre, te contestará seguramente cuando buenamente pueda.
    Un abrazo.

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  3. Verdaderamente, hermano Pere, el texto ha quedado MUY MEJORADO, sin el menor atisbo de duda. Creo que podrías ganarte la vida como corrector literario sin problemas. Muchas gracias y un abrazo.
    Me alegra que te haya gustado, Fernando, simpatizo ABSOLUTAMENTE con los valores que mencionas. Gracias

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  4. Ya te he hecho el contracomentario en el artículo anterior.
    Aquí te agradezco tus amables consideraciones y aprecio.
    El famoso Campillo me llamaba "corregidor, mentor y vate"
    Otro abrazo.

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