Entrevista a Henri Peña-Ruiz en El País
“La bandera actual de España es anticonstitucional. Tiene una cruz”
POR: MARC BASSETS · FUENTE:EL PAÍS
25 MARZO, 2022
El catedrático de filosofía francés, hijo de inmigrantes españoles y gran
teórico de la laicidad, argumenta que la Constitución dice que ninguna religión
debe tener carácter estatal.
Henri Peña-Ruiz (Le
Pré-Saint-Gervais, 72 años), hijo de inmigrantes españoles en Francia, es
catedrático de filosofía y republicano. Lo es en un sentido amplio del término:
apegado a la República francesa y a la española, cuya bandera ondea en su casa.
Es de izquierdas, muy de izquierdas y, de acuerdo con esta tradición,
también muy laico. Pero en la izquierda algunos le miran
con desconfianza, porque el profesor Peña-Ruiz, autor entre otros libros
de Dios y Marianne. Filosofía de la laicidad, cree que hay que
aplicar a todos, también al islam, los principios de la laicidad.
PREGUNTA. ¿Qué es la laicidad?
RESPUESTA. Hay que quitarse de la
cabeza el prejuicio que dice que la laicidad es antirreligiosa. Es sencillo:
las leyes que organizan la coexistencia de los ciudadanos no han de depender
de una cosmovisión particular. La Unión Soviética era antilaica: un Estado
laico no es antirreligioso ni antiateo, sino neutral desde el punto de vista de
la opción espiritual. No da privilegios a la religión ni con un reconocimiento
oficial ni con dinero. La laicidad reposa sobre tres elementos. Primero, la
libertad de conciencia, que no es solo la libertad religiosa. Se trata de la
libertad de elegir una opción espiritual, sea la del creyente, el ateo o el
agnóstico. Segundo, la igualdad de trato de todas las personas sea cual sea su
opción espiritual, lo que debe impedir los privilegios para la Iglesia y para
los ateos. Y tercero, la orientación del poder público únicamente por el
interés común: no corresponde a un Estado laico financiar lugares de culto,
sino lo público, hospitales por ejemplo.
P. ¿España es un Estado
laico?
R. Es un híbrido. Hay
rasgos evidentes de laicidad. La Constitución de 1978 dice: “Ninguna confesión
tendrá carácter estatal”. Y está muy bien. Pero esto entra en contradicción con
las atenciones particulares, reconocidas por la misma Constitución, a la
Iglesia católica, diciendo que “los poderes públicos tendrán en cuenta las
creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes
relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones”.
¿Por qué no mencionar a los ateos o agnósticos? Además, la bandera actual de
España es anticonstitucional. Si el artículo 16 dice que ninguna religión
tendrá carácter estatal, ¿por qué la cruz está encima de la corona? Esta
bandera pone de relieve el cristianismo. Cuando la Constitución dice que todos
los españoles serán reconocidos en igualdad de derechos, lo siento, pero el ateo
no tiene los mismos derechos que el cristiano porque no se le reconoce un
símbolo particular en la bandera. También se podría hablar de las escuelas
concertadas, aunque en esto Francia no puede dar lecciones a España: la ley
Debré de 1959 instala la financiación pública de las escuelas religiosas, y
esto es antilaico.
P. ¿Qué amenaza hoy a la
laicidad en Francia?
R. No me gusta hablar de
laicidad francesa. La laicidad es universal, buena para todos los pueblos. El
ideal-tipo puro, por hablar como Max Weber, no existe en ninguna parte, pero
cada paso hacia este ideal es bueno. La laicidad en Francia tiene dos enemigos.
Por una parte, la derecha identitaria, que quisiera restablecer a Francia como
“hija mayor de la Iglesia”. Esas personas son laicas solamente contra los
musulmanes. Por otra parte, está la transformación del islam en identidad
colectiva, que, por ejemplo, impone el velo a la mujer. Hoy incluso hay una
parte de la izquierda que no es tan laica como debería. Nadie admite los
atentados terroristas, pero hay personas que les ven circunstancias atenuantes,
que sienten compasión por estos musulmanes, que serían víctimas del racismo. Yo
defiendo que hay racismo cuando se rechaza a las personas, pero no cuando se
rechaza a una religión, porque ninguna persona se reduce a su opción
espiritual. Si no, significa que solo la versión fanática de la religión es
auténtica. Como decía Montaigne, “no hay que confundir la piel con la camisa”.
P. ¿Se siente incomprendido
en la izquierda actual en su defensa de la laicidad ante el islamismo?
R. Hasta una época
reciente la izquierda estaba de acuerdo con mi punto de vista. Pero ha surgido
algo nuevo. Una parte de la extrema izquierda es indulgente con el islamismo.
Considera que los inmigrantes y especialmente los inmigrantes de origen
musulmán están más explotados, perseguidos y discriminados que los demás. Quizá
sea verdad. Pero de esto yo no saco la misma conclusión que ellos, según la
cual la laicidad participa de esta persecución. Primero, porque la laicidad
impone reglas iguales para todas las religiones. Insisto mucho en recordar lo
que hicieron los católicos con la Inquisición, no para relativizar, sino para
mostrar que las exigencias que se impusieron a los católicos con la ley de la
separación de las iglesias y el Estado deben imponerse a todas las religiones.
P. ¿Usted es creyente?
¿Ateo? ¿Agnóstico?
R. Por convicción laica,
me incomoda responder. Le contaré una anécdota. Yo di clases de Filosofía
durante 42 años. A veces los alumnos me preguntaban: “Señor Peña-Ruiz, ¿usted
cree en Dios o no?”. Yo les contestaba: “No les voy a responder. Pero filosóficamente
les explicaré por qué. Primero, es asunto mío, de la misma manera que nunca les
preguntaré a ustedes si creen en Dios. El respeto de la esfera privada es un
principio de la laicidad. Segundo, mi República francesa no me paga un salario
para que exponga mi convicción personal. Estoy aquí para enseñarles a pensar.
Un día leeré una página de san Agustín, otro de Marx, pero no significará que
soy cristiano ni marxista, sino que quiero darles a conocer pensamientos
importantes en la historia humana. Debo ser neutro. Y tercero, no responderé a
la pregunta sobre si soy creyente o no, pero estoy muy contento de que me la
hagan”. Y los alumnos me decían: “¿Por qué?”. Y les respondía: “Porque
significa que nada en mi enseñanza les permite saber si soy creyente o ateo y
que, por tanto, he respetado la neutralidad que supone la laicidad”.
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