miércoles, 14 de octubre de 2020

 

INTOXICACIONES de un INCORREGIBLE REINCIDEINTE  (2016)

 

     He sufrido hasta la fecha cuatro intoxicaciones, dos de ellas de carácter severo.

     Mi primera intoxicación puso en evidencia la desastrosa conducta que, a veces, he mantenido contra mi propio cuerpo. Corresponde a mi época de fumador compulsivo, cuando llegué a fumar media cajetilla al día. Fumar en exceso me ha costado sufrir catarros y bronquitis. Cantan los rayos X diversas cicatrices en mis sufridos pulmones.

     En aquella ocasión conseguí un medicamento, creo que se llamaba Bronquiol, que me suavizaba las molestias de la bronquitis. Seguí fumando insensatamente, sin preocuparme demasiado de mis maltrechos pulmones. Pero la naturaleza humana tiene sus límites. Yo agoté los de la mía y acabé sintiéndome muy enfermo, calenturiento y débil.

     Decidí enmendarme respecto al tabaco, pero ya era tarde e insuficiente para solucionar el colapso de mi salud. Me metí en la cama sin decir nada a mis padres y hermanos, con quienes vivía. Les expliqué más tarde que no se preocuparan por mí, que simplemente estaba indispuesto. Estuve un día entero entre las sábanas privándome de alimentos. La congestión y la postración en que me hallaba sumido no mejoraban, a pesar del descanso y el ayuno. Al día siguiente nos visitó mi hermana Maribel acompañada de mi cuñado Manolo. Maribel ha sido durante muchos años una enfermera ejemplar y ha atendido impecablemente a todos los miembros de mi familia que estuvieron hospitalizados o necesitados de curas e inyecciones.

-¿Qué haces en la cama a estas horas? –me preguntó al verme arropadito a la una del mediodía.

-Me encuentro mal y llevo así un día y medio intentando recuperarme.

-¿Qué te pasa?

     Le expliqué sucintamente el problema y me espetó un diagnóstico contundente.

-Estás intoxicado. Levántate porque vamos a Urgencias ahora mismo.

-No tengo fuerzas ni para cambiarme.

-Nosotros te vestiremos y te llevaremos –dijo Manolo.

     Yo me dejé hacer y llevar al Hospital Provincial, visiblemente debilitado y enrojecido.

     El resto de la historia es prácticamente igual en los demás casos. Me inyectaron un  antihistamínico y me recetaron antihistamínicos orales, que debía tomar durante los cinco o seis días siguientes. Al cabo de una hora la inyección había surtido un efecto admirable y me animé a comer algo para reponer fuerzas.

     En las tres intoxicaciones últimas me atendió mi mujer, Mónica. Dos de ellas acabaron igual que la anterior: Urgencias, inyección y pastillas. En la otra, nuestra amiga Nieves, jefa de oncología del  Clínico de San Juan me recomendó tomar antihistamínicos y evité la visita al hospital.

     La primera de las tres, me la causó marisco pasado de fecha. La siguiente, las entrañas crudas de las sardinas, (no las tripas). La última, la cabeza de una merluza poco frita.

     Los síntomas de la intoxicación por las entrañas de las sardinas fueron terribles. La cabeza la tenía tan congestionada que los ojos se me pusieron rojos y saltones. El enrojecimiento y la inflamación de la cabeza y el cuello se extendieron rápidamente a la zona del pecho y los brazos. Fue una reacción tan súbita y potente que Mónica me acompañó a Urgencias realmente preocupada, mientras yo avanzaba por la calle como un auténtico zombi, incapaz de alzar la vista del suelo. El calor invadía mi piel. Me sentía tundido física y mentalmente.

     Me atendieron inmediatamente en el Centro de Salud de Mutxamel. Posteriormente consulté a mi acupuntora Manuela, que me trataba habitualmente por otros problemas. Me puso las agujas como siempre y me explicó que no se trataba de una intoxicación normal sino de un envenenamiento producido por una bacteria altamente tóxica, que desarrollan los peces marinos actualmente en sus entrañas. Dicha bacteria muere cuando el pescado está bien cocinado, por efecto del calor. La reacción del cuerpo para contrarrestarla es una subida de temperatura instantánea.

     La última intoxicación la sufrí ayer, 16/2/16.

     La narraré con detalle, aprovechando la inestimable colaboración de Mónica, que me acompañó, como ya he comentado, al Centro de Salud, y me aporta algún detalle extra.  

     La merluza la compré esa misma mañana de autos. Mónica quería cocinar unas rodajas de merluza como segundo plato. Al pescadero le quedaba una cabeza con una porción del lomo. Decidí comprar la pieza, que, bien troceada, me llevé a casa. Las rodajas pasaron al horno mientras que los trozos de la cabeza Mónica prefirió freírlos tras rebozarlos en harina. Siempre le digo que la carne y el pescado los haga al punto porque no me gusta que pierdan su jugo. La cabeza la frió mínimamente para que estuviera más sabrosa. Me pareció exquisita pero la parte interna había quedado prácticamente cruda. Alabé la comida mientras fregábamos los platos, cosa que hacemos a medias. Después me tomé el acostumbrado café y me fumé un cigarrillo liado.

     A la media hora comencé a sentir molestias en el estómago, congestión en el rostro y dolor de cabeza. Bebí agua y me eché en la cama esperando mejorar. Pensaba que se trataba de una subida de tensión. Estando en la cama, mejoró el dolor de cabeza. La congestión, sin embargo, aumentó y se me extendió por el cuello, el cuero cabelludo y por el oído medio, con picores generalizados. Me rasqué como un loco un buen rato, incluso en ambos orificios de los oídos. Luego pensé en la anterior intoxicación por comer entrañas de sardinas. Recapacité y, decidido a tomar medidas más resolutivas, me levanté de la cama y le expliqué mi lamentable estado a Mónica.

-Mónica, tengo que darte una mala noticia. Estoy intoxicado. Creo que ha sido por la cabeza de pescado, que estaba medio cruda.

     Al principio pensábamos ir a una farmacia de guardia a buscar antihistamínicos. Antes de salir, asumí una alternativa más lúcida:

-Mejor vamos a Urgencias. Ya no me pican sólo la cabeza y el cuello. También me pican las axilas y el escroto de los testículos.

     Hacía unos diez años que no entrábamos en el Centro de Salud de Mutxamel, cuando sufrí mi anterior intoxicación. Esta vez tuvimos que esperar en la cola de recepción, tras varios pacientes con cita previa. Cuando llegó mi turno, expliqué la intoxicación, patente en mi rostro enrojecido, presentando a la vez mis tarjetas sanitarias de Asisa y Muface.

-¿Tienes tarjeta sanitaria nuestra? –me preguntó el recepcionista.

-No.

-Si eres de Muface no te podemos atender aquí. Debes ir a la clínica San Carlos o a la Policlínica de la entrada de Mutxamel.

-Oiga, que yo no vengo como paciente normal, sino por una urgencia. Ya me atendieron aquí hace años por un problema similar.

     Tras consultar el ordenador, el recepcionista cambió de opinión.

-Vaya, resulta que sí tienes nuestra tarjeta sanitaria. Cargaremos la consulta a Muface.

-No sabía que tenía tarjeta porque nunca me dieron una.

-Está bien. Sube a la primera planta con este volante y en la sala seis te atenderán.

     De nuevo a la cola ejercitando la paciencia, entre picores e inflamación de cara y manos. Mientras esperábamos, llegaron una señora mayor y su hija.

-Espérame aquí –dijo la hija mientras la madre se sentaba en una silla junto a la puerta de la consulta, enfrente nuestro-. Tengo que bajar a la calle porque he dejado el coche mal aparcado.

     La mujer anciana nos miró con una expresión afable e inocente. Dirigiéndose a nosotros preguntó:

-¿Qué turno tenéis?

-No tenemos turno –le contestó Mónica-, nosotros venimos por Urgencias.

-¡Ah!, yo tengo el de las cuatro y media.

     Cuando pasamos a consulta, volví a explicar mi problema al médico.

-¿Qué pesas?

- 93, 94 kilos.

-¿Tienes alguna alergia?

-No.

-Le sienta mal el Frenadol -intervino mi mujer.

     Como parecía dudar qué recetarme, le indiqué lo eficaz que resultó el tratamiento que recibí en la intoxicación anterior.

     Tras pensarlo un poco, me recetó una inyección con dos productos antihistamínicos. Le sugerí que me hiciera otra receta para el medicamento oral.

-Yo no puedo hacerte esa receta –me contestó.

-Dígame al menos el medicamento que debo comprar en la farmacia.

-No es mala idea, no es un medicamento caro. ¿Te lo apunto aquí? –me preguntó tomando otra hoja del talonario de recetas.

-Vale, gracias. ¿Cómo tomo las pastillas?

-Cada doce horas te tomas una. Pero sólo los dos primeros días. Luego con una diaria los siguientes es suficiente –me explicó, anotando los pormenores de las tomas en la receta-nota.

-Ahora baja a planta para que la enfermera te ponga la inyección –añadió entregándome ambas recetas. El inyectable incluía Urbasón y otro medicamento cuyo nombre no recordamos.

-De acuerdo. Muchas gracias –me despedí, satisfecho al comprobar que la solución de mi crisis avanzaba.

     Mónica y yo nos dirigimos entonces al recepcionista para preguntarle dónde se hallaba la enfermería.

-Un momento, que estoy atendiendo a este señor. ¿Tienes aún el volante que te hice antes? Dámelo.

     Terminó enseguida de atender al paciente que tenía en ventanilla, y con la eficiente ayuda del ordenador me confeccionó un nuevo volante para la enfermería de la planta baja.

     Ya me tenéis en la puerta de enfermería haciendo cola de nuevo y sin poderme rascar los huevos ni las axilas, notando un picorcillo también en las yemas de los dedos enrojecidas. Congestionado y resignado, me sometí una vez más al inevitable turno de espera.

     De la enfermería salió una paciente al poco tiempo y entró un señor a continuación. Éste llevaba la uña del dedo anular medio desprendida y la yema ennegrecida. En recepción le escuchamos decir que era diabético. Pasó un cuarto de hora y no salía. La cura debía ser complicada y a mí me parecía interminable. Mónica, más atenta que yo, observó que la enfermera estaba practicándole diferentes pruebas, para determinar el tipo de diabetes que padecía.

     Una señora con una niña pequeña salió de la recepción dirigiéndose hacia la calle. Sin detenerse nos explicó, visiblemente indignada:

-¿Os parece normal que llame yo a las cuatro, me digan que me pase por aquí directamente con la niña, y ahora me manden a casa diciéndome que ya me llamarán dentro de una hora?  No puedo entenderlo. Esto es demencial.

     No supimos ni pudimos contestarle, pues no esperaba respuesta alguna de nuestra parte. Simplemente se desahogaba en voz alta mientras se dirigía hacia la salida a buen paso llevando a su hija de la mano a remolque.

     Finalmente el recepcionista, que debió fijarse en mi cara de abatimiento a causa de la dilatada espera, se acercó a la enfermería. Desde la puerta entreabierta recordó a la enfermera que tenía un caso urgente de intoxicación esperando. Le di las gracias con una dudosa sonrisa que él me devolvió, orgulloso de su eficiencia, al regresar a su puesto tras el mostrador. Era un tipo controlador y competente que parecía manejar toda la clínica él solo. Se mostraba atento a cuanto le atañía con una actitud resolutiva ajena al ambiente somnoliento del Centro de Salud.   

     La enfermera reaccionó al instante y nos hizo pasar a la sala contigua. Tomó el volante y se fue a buscar los medicamentos. Al regresar le dije que me pinchara tumbado en la camilla, pues en una ocasión, en el Seminario de Córdoba, me administraron una inyección de antibiótico estando de pie y lo pasé fatal.

     Antes de nada me preguntó igualmente si tenía alguna alergia. Le dimos la misma respuesta que al doctor.

     Me bajé chándal y calzoncillos con decisión, como si me dedicara al porno, y me tumbé en la camilla recubierta con papel continuo. Al sentir el pinchazo contraje el glúteo.

-No me haga eso –me reprendió la joven enfermera.

-No es a propósito, ha sido un acto reflejo.

-Ya lo sé. Ahora relájese que no tardo nada.

     Tras suministrarme la solución inyectable me dijo que podía quedarme en la camilla un rato, si me sentía mareado. Me quedé un minuto o dos evaluando mi lamentable estado general. Tras alzarme me asomé a la puerta para despedirme atentamente de la enfermera.

-Adiós. Muchas gracias.

     Giró la cabeza para despedirme mientras seguía atendiendo al paciente diabético. Mónica y yo nos largamos sin dilación. Como salimos pensando en ir a la farmacia, olvidé despedirme del recepcionista.

     No me puedo quejar del trato recibido, pues me atendieron correctamente y con profesionalidad, pero no sentí la menor empatía. Pienso que nos estamos volviendo todos, yo incluido, cada día más asépticos en nuestras relaciones. La única persona que transmitió alguna cordialidad en la comunicación humana fue la anciana. Dios la bendiga.

     Camino de la farmacia le comenté a Mónica el sabroso dolorcito que dejaba la inyección.

     En la farmacia adquirí unos antihistamínicos orales de marca diferente a la indicada por el médico.

-Estos son completamente similares a los de la receta –me dijo la farmaceútica.

     En ese momento Mónica se animó a quitarse la tirita que llevaba en la muñeca y mostró la llaga de su quemadura supurante a la boticaria. Se la causó el aceite hirviendo de una fritura tres días antes. Ayudaba a mi cuñada Raquel en la cocina cuando ésta elaboraba empanadillas argentinas. Ese día celebrábamos el cumpleaños de mi hermano Emiliano (55 tacos).

-Lo mejor es que te pongas Cristalmina y dejes la quemadura al aire para que se seque –le aconsejó la boticaria, tras observar detenidamente la herida fresca de la quemadura reventada y sin piel.

     Provistos de los remedios farmacéuticos regresamos a casa una hora y media después de salir camino de la clínica, a una manzana de nuestro piso.

     Mónica llamó a Francisco para explicarle el retraso a la sesión de chikung y taichí que practicamos juntos los martes y los viernes en Parque Ansaldo, al aire libre. Cuando volvió me transmitió el deseo de Francisco de que mejorara, con un abrazo de su parte.

-Se te ha ido todo el enrojecimiento de la cara –advirtió Mónica al mirarme.

-Ya lo he notado. Me encuentro bastante mejor.

     Después de haber dormido unas seis horas seguidas la noche pasada, he recobrado mi habitual estado de salud, (precaria). Aún siento un dolorcillo en el glúteo a causa del pinchazo.  

     La vida está llena de peligros. Algunos los vemos demasiado tarde. Pero como decía aquel compañero de magisterio:

-¿Por qué tener miedo habiendo hospitales?

     (Los escritores, cuando sufrimos una experiencia adversa, a veces construimos un relato. En mi caso es una cuestión de reciclaje y pedagogía. Comprendedme, no lo he podido evitar).    

     ¡Que la salud os acompañe!                     

5 comentarios:

  1. Pedro, ignoro si alguna vez te has intoxicado por anisakis, un gusanito bastante común en pescados de nuestro entorno, que producen toxicidad cuando se comen medio crudos. Si fuese así, hay personas que luego desarrollan una especie de alergia permanente al pescado en general. Espero que no sea tu caso.
    Un abrazo.

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  2. El cuerpo aun siendo un conjunto de órganos perfectamente encajados, tiene sus limitaciones. El veneno de una avispa o de una araña, nos puede dar un susto tremendo. Es la química de la que hemos brotado a partir de las algas, que nos sale por los cuatro costados.
    Espero que te cuides amigo Pedro.
    Un abrazo.

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  3. Es posible que me intoxicara por anisakis, esa palabreja me resuena bastante.
    No he desarrollado ninguna alergia al pescado ya que en casa lo comemos tres veces por semana regularmente.
    Gracias por interesarte, Fili.

    Gracias también a ti, Juan Martín.
    Por suerte, soy genéticamente afín a drogas y venenos, aunque como bien dices, de limitaciones y sustos también llevo algunos en la mochila.
    Supongo que a tipos como yo se les podría considerar supervivientes. En sentido más amplio lo somos todos.

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  4. A mí también me gusta el pescado en su jugo, nunca he tenido problemas de intoxicación con él. De pequeño, hasta mi juventud, los boquerones siempre me los comía crudos con una poquita de sal pues para mí eran deliciosos. Mi problema era el tabaco. Me fumaba 3 paquetes diarios como mínimo y siempre estaba mal con bronquitis y con la garganta inflamada. No podía fumar tabaco negro pues vomitaba cada día. Todo esto me produjo una enfermedad que no llegaron a diagnosticar. Estuve enfermo desde febrero hasta junio. Perdí unos 25 kilos por lo menos pues mi estómago rechazaba toda la comida y no podía tragar. Tenía febrícula que oscilaba entre 37,4 y 37,7.Estando enfermo nació mi primer hijo a quien ni siquiera pude coger en mi brazos por falta de fuerzas. Estuve ingresado en el hospital pero el tratamiento que me dieron empeoró mi situación. Me mandaron a casa para creo yo que muriera en m cama. Inexplicablemente a mediados de junio sentí hambre y pude comer mi primer plato de sopa caliente. Nunca más he
    vuelto a sentir tal cosa. Y nunca más he vuelto a fumar. Esto ocurrió en el mes de febrero de 1981.
    Cuídate mucho y sigue comiendo pescado que es de los mejores alimentos, pero no crudo.
    Un abrazo

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  5. Querido amigo, tu historia si que es brutal.

    Por suerte eres duro de pelar y te concedo el puesto de superviviente por delante de mí.

    Yo no era amante del pescado, prefería la carne... hasta que me casé.
    Ahora comemos pescado tres veces a la semana y algunas semanas cuatro veces.

    También me dejé el tabaco radicalmente hace cuatro años. Y del pescado crudo no quiero oír hablar.

    Cuídate tú también para que puedas deleitarnos de vez en cuando con tus luminosas poesías.

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