viernes, 25 de junio de 2021

 

CRÓNICA DE UNA EXCURSIÓN AL PANTANO DE TIBI

(a petición de mi amigo José Antonio)

 

El bueno de Francisco nos ofreció posponer la excursión hasta que me recuperara completamente del cólico diarreico.

-¡De ninguna manera! Me encuentro bien y con unas ganas enormes de recorrer de nuevo el camino desde la urbanización del Monnegre hasta la presa y visitar otra vez el pantano.

-¿Seguro que no tendrás problemas a causa del ayuno que estás siguiendo?

-Llevo esperando esta excursión con toda mi alma y el cólico es ya agua pasada.

-¿Cómo nos organizamos?

- Super fácil. A las 9:30 salimos de nuestra casa, que está más cerca del objetivo que la vuestra. Llevamos sombreros y agua y rematamos la excursión buscando un sitio para comer por allí. Recuerdo que había un par de restaurantes junto a la carretera.

Francisco se despidió hasta el día siguiente y en seguida Mónica se puso a arreglar los detalles concretos para tenerlo todo listo.

La mañana siguiente se presentó radiante y agradable. Tuvimos sol pero también brisa.

Tras desayunar y evacuar una cagadita perruna renuncié a ducharme como me aconsejaba Mónica.

-Ya me ducharé a la vuelta, que estaré bien sudado.

Gloria y Francisco se presentaron puntualmente. Como es habitual hice de copiloto y las mozas ocuparon el asiento trasero. En mi mochila, la cantimplora de Edu y el envase con té de Mónica junto al papel higiénico. Adelanto que no lo necesité.

Gloria profetizó que volveríamos a perdernos como en las tres excursiones anteriores. Protesté aseverando que conocía el sitio a la perfección, pero con algo no había contado… (Mejor no adelantemos acontecimientos).

Francisco quería visitar el chalet de su abuelo, que nos quedaba de paso, donde disfrutó algunos veranos de chaval y desde donde vio estrellarse un ovni. Al día siguiente del sorprendente accidente, emprendió a solas en su bici el recorrido hasta el monte donde se estrelló en picado el ovni, pero no encontró ni rastro. Con sus casi diez años de entonces el extraño acontecimiento abrió su mente aún más a lo desconocido a partir del tema ovni.

Sin problemas accedimos a la urbanización del Pozo de San Antonio y aparcamos el coche junto a la finca que Francisco buscaba. Ojeamos el lugar y hablamos del curioso evento. Le pregunté por los detalles que me parecían relevantes y por sus sentimientos.

-Todo me parece más pequeño que entonces. Este ratito aquí me ha traído muchos recuerdos.

Retomamos la carretera, que ya no es tal sino una autovía. Por más que busqué referencias de la urbanización, no vi más que un paisaje remodelado, con chalets diseminados por la zona que quedaba a nuestra derecha. Pasamos el Maigmó, que quedó a nuestra izquierda y comencé a sospechar que algo no iba bien, pues la urbanización queda enfrente de la montaña.

Cuando Francisco me confirmó que habíamos recorrido cincuenta kilómetros en vez de los 18 que nos faltaban, confesé:

-Nos hemos pasado completamente. Mejor para y consulta al “tontón” (GPS).

-Ya lo sabía –comentó Gloria.- En la próxima excursión controlaré yo la ruta.

-Gloria, no hemos visto ninguna indicación de la salida hacia la urbanización, no ha sido un despiste nuestro.

- ¿Y ahora qué hacemos? ¿Nos vamos a Tibi?

-¡A ver que dice el “tontón”!

Francisco aprovecha para mear en descampado, mientras, comentamos desde el coche que no tenía que irse tan lejos y privarnos del espectáculo.

El “tontón” nos condujo sin vacilaciones a la urbanización buscada.

Aparcamos en una calle tan vacía como el resto salvo por un coche aparcado en ella.

Rápidamente me lancé por libre a buscar el camino a la presa, esperando que apareciera algún alma por allí que me orientara un poco mejor, ya que todo estaba muy cambiado.

-¡Pere, ven!

-¿Qué pasa Francisco?

-¡Tenemos un problema mayor que el de encontrar la salida hacia el pantano! ¡He perdido las llaves del coche!

Mirle bajo el asiento del conductor por el lado exterior pero no encuentré las dichosas llaves.

-Búscalas tú, mientras me cercioro de la ruta a pie.

Entró un coche en la urba y me lancé a conseguir información de la conductora antes de que desapareciera. Por suerte, aparcó cerca y me informó cumplidamente sobre la salida correcta hacia el pantano y los kilómetros hasta la presa. Según ella, unos cinco km. Yo tenía calculados entre tres y cuatro.

-Encontré las llaves bajo el asiento –me comunicó Francisco saliendo a mi encuentro- y hemos pensado dejar la excursión. Las señales recibidas hasta este momento así lo sugieren.

-¡No estoy de acuerdo! Que llegara esa mujer y me informara, ¿no es una buena señal para continuar con el plan acordado?   

Finalmente decidimos realizar la excursión en el coche por la hora que era y el sol imperante.

La estrecha carretera está super bacheada y abandonada desde hace más de 30 años.

A unos tres km. de la urba una cadena impide el paso a los vehículos. Había dos coches aparcados por allí y con el nuestro tres.

Un señor regresó de su paseo y le pedí información antes de que se subiera a su coche y se largara.

-¿Ese camino que usted ha seguido lleva al pantano?

-Sí, pero tiene un cortado que impide llegar hasta la presa.

Nos despedimos del hombre y emprendimos los dos km. y pico que nos faltaban para alcanzar nuestro objetivo siguiendo la carretera, que desciende continua y suavemente.

Me sentí eufórico y ponderé la belleza de la naturaleza, realzada por las generosas lluvias primaverales. Los verdes pinos y algunos almendros nos rodeaban por doquier, poblando riscos, llanos y montículos.

Mientras Gloria buscaba tomillo le pedí el móvil a Mónica y disparé unas pobres instantáneas. En el cielo aún resaltaban unas pomposas y dispersas nubes blancas.

A la sombra de un árbol, un grupo heterogéneo de seis personas descansaban recuperándose de los pronunciados repechos cuesta arriba que acababan de acometer a su regreso del pantano.

Nos saludamos mutuamente sin detenernos apenas. Al poco de dejarlos, reemprendieron la marcha. Me pregunté cómo cabrían todos en el coche aparcado junto al nuestro.

Divisé el lugar desde la última curva, plenamente satisfecho de reconocer los parajes y el entorno sin la menor duda. No en vano era mi quinta visita por esa vertiente. Por el otro lado, desde Ibi, creo haber visitado el pantano yendo en coche tres veces.

Me preocupó que los caminos junto al riachuelo estuvieran casi borrados por la vegetación. Es obvio que el lugar ya no recibe tantas visitas como años atrás. Además, nos aclaró Gloria que la escalera de piedra que sube hasta la presa la han cerrado por encontrarse muy deteriorada, según ha leído en Internet.

Inicié una bajada cuidadosa hacia el río seguido de Francisco, Mónica y Gloria, que me corrigió contundentemente:

-Lo que tú llamas caminitos casi no llegan ni a senderos de cabras.

Aducí que Mónica recorrió conmigo dichos senderos sin problemas, pero…

-No tengo ganas de romperme una pierna andando por ahí –sentenció definitivamente Gloria dando marcha atrás y poniendo punto final a la parte más espectacular de la excursión.

Aunque le señalé otros accesos posibles, ella renunció resueltamente a practicar el senderismo cabrero.

Sin más resistencias ni protestas iniciamos el retorno hacia el coche.

Mónica y Francisco caminaban a buen paso, sin resentirse de las empinadas primeras cuestas.

En la segunda cuesta, por el contrario, experimenté una clara bajada de tensión. Eché mano con avidez de la cantimplora y me recuperé algo con un par de buenos tragos de agua.

Gloria aprovechó para recolectar tomillo, para lo que venía preparada con sus tijeritas y su bolsa de tela blanca.

La esperé pacientemente y volví a beber agua para remontar la caída de mi tensión arterial.

El cólico, el ayuno de casi tres días, el calor y la sudada que llevaba subiendo las empinadas cuestas me hicieron zozobrar.

La paraeta y el agua me normalizaron bastante por lo que acabé recolectando yo también algunas ramitas de tomillo.

Gloria me explicó que el tomillo lo emplea para toda clase de guisos y por eso quería llenar la bolsa. Me ofreció las tijeras que rechacé agradeciéndole el detalle.

-No me hacen falta, gracias, el tomillo está aún tierno.

-No lo guardes en el bolsillo de la camisa pues te podrían multar los forestales si lo ven.

Mónica y Francisco nos esperaron tranquilamente a la sombra del árbol donde descansara anteriormente el grupo con el que nos cruzamos.

Al llegar al coche decidimos ir a comer a Agost, pues la autovía hizo desaparecer los restaurantes que había junto a la antigua carretera.

En Agost estaba casi todo cerrado por ser lunes, pero encontramos un restaurante muy apañado con terraza y nos aposentamos sin dudarlo alrededor de una de las mesas exteriores. Cervezas, tortilla y buñuelos de merluza nos entonaron los fatigados cuerpos humanos.

Mientras las chicas visitaban los aseos, Francisco y yo comentamos que no era un mal sitio para quedarnos a comer tras el aperitivo que degustábamos.

Gloria, satisfecha con la limpieza de aseos y local, aprobó sin reservas nuestra decisión.

-Pero mejor comamos dentro y evitemos la molestia de los coches que transitan la calle.

Yo, amigos míos, olvidé toda prudencia y comí opíparamente como si no hubiera un mañana, sin que mi cuerpo, afortunadamente, se resintiera. 

Imagino que el ejercicio realizado y mis grasas consolidadas reclamaban una adecuada atención y se aliaron para que abandonara toda cordura y sensatez.

Tras dejarnos en la puerta de nuestra casa, Gloria y Francisco se alejaron hacia la suya dejándonos el maravilloso sabor de boca de un hermoso día de excursión, salpicado de sabrosas anécdotas compartidas, amenos diálogos y hermosas sensaciones de la madre naturaleza.

¡A ver si repetimos más a menudo tan saludables escapadas!

2 comentarios:

  1. Que alegría oir maravillosas historias normales.

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  2. Casi normal, diría yo. Pero, desde luego, nada triste.
    Me alegra que te guste porque ni siquiera pensaba narrar nada.
    Un colega, buen escritor con quien intercambio a menudo correos por el ordenador, me animó a relatar la excursión, como se comenta en el título.
    Hoy le he pedido a una niña de 5 años que se quitara el pandemio, como su papá y yo mismo hacíamos. Me ha contestado que no, tan convencida.
    No va haber suficientes sicólogos para arreglar este desastre.
    Por lo demás, la casa de Edu sigue siendo aligerada sin piedad por Mónica y por mí y acabo de regalar las cuatro o cinco bicis del sótano al papá de la niña que oculta su linda carita con el pandemio.
    Cuando vaciamos la casa de campo de mi hermano Emi, en frente de la de Edu, me sentí como vacio por dentro. Al final, en mi interior, no va a quedar nadie.
    Un abrazo, José Manuel y disfruta de Riaza y su precioso entorno castellano. Y un saludo para tus hermanas y hermanos.

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