Covid: ¿a quién le interesa fomentar el miedo?
Con una mayoría aplaudiendo la supresión de derechos y
libertades, la pandemia ha descubierto el flanco vulnerable de las democracias
actuales: el pánico
La pandemia sanitaria finalizó en Europa y América del Norte, pero las sociedades siguen aferrándose a ella. Las muertes diarias por covid se dividen por diez, por veinte, hasta equipararse a otras enfermedades similares. Pero esta realidad no hace mella en una opinión pública que todavía confunde contagios con enfermedad y se rasga las vestiduras al detectar el virus en adolescentes que, como mucho, desarrollarán síntomas leves. El miedo impide comprender que, una vez vacunados los vulnerables, la circulación del virus no hace más que reforzar la inmunidad. La brecha entre realidad e imaginario es tan enorme, que ni el propio Hércules podría cerrarla.
Dio la clave, quizá sin pretenderlo, el
director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias de
España, Fernando Simón al declarar que las pandemias del futuro tendrán
un impacto sanitario menor que la actual, pero su percepción social será igual
o mayor. La gripe de 1918 causó una mortalidad 60 veces superior a la
de la covid pero ésta ha tenido una repercusión social igual o mayor.
Las epidemias podrán ser cada vez menos agresivas, pero se percibirán como
crecientemente atroces. En definitiva, hoy lo fundamental para determinar la
respuesta no es la gravedad de la pandemia sino cómo se percibe, no
es la mortalidad que causa sino el miedo que genera. Lo relevante
no es la realidad… sino cómo se la imagina la gente.
La pandemia de 1957, con una mortalidad comparable a la actual, no alteró la vida cotidiana ni desató el miedo; mucha gente apenas reparó en su existencia. Fue abordada eficazmente con medidas voluntarias, sin generar costes sociales. Ciertamente, la sociedad era muy distinta a la de hoy con individuos menos vulnerables emocionalmente.
La
diferencia fundamental estriba en los canales de difusión de la
información. Si entonces dominaba la prensa de papel, hoy los responsables
del constante flujo de noticias son las cadenas televisivas y
las redes sociales, unos medios muy escorados hacia el pánico,
hacia la psicosis colectiva, y dominados por ciertos grupos que parecen
interesados en acrecentar esa brecha entre realidad y percepción.
Censura selectiva en
las redes sociales
A pesar de dañar gravemente la economía,
las restricciones a la movilidad incrementaron considerablemente las ventas de
las grandes empresas tecnológicas, asentando así su posición
dominante. Sus beneficios crecieron considerablemente en 2020:
Google 162%, Facebook 94%, Microsoft 44%, Apple 110% o Amazon 220%. El índice
de cotización bursátil NASDAQ, en el que predominan las
tecnológicas, descendió al inicio de la pandemia pero se recuperó rápidamente,
ascendiendo poco después hasta cotas históricas.
Ante este conflicto de intereses, la ética dictaba a estas empresas tomar una postura neutral pero, con el pretexto de combatir la información falsa (fake news), comenzaron a censurar sistemáticamente en sus redes sociales a quienes criticaban el alarmismo, a quienes defendían una postura no apocalíptica de la pandemia, a quienes proponían una vía alternativa a los confinamientos. Ejercieron así una influencia selectiva sobre la información, favoreciendo decisivamente a los difusores del miedo.
Las prohibiciones no afectaron
únicamente a ciudadanos de a pie: con la excusa de defender la “verdadera
ciencia”, censuraron también a destacados científicos, como los principales
firmantes de la Declaración
Great Barrington, los epidemiólogos Martin Kulldorf,
(Harvard), Sunetra Gupta, (Oxford) o Jay Bhattacharya (Stanford).
Su delito: proponer una estrategia para afrontar la pandemia que no contemplaba
confinamientos sino medidas voluntarias con protección
especial a los vulnerables, una línea que coincidía con los principios de salud
pública vigentes hasta 2019. Tampoco pueden tacharse a sus propuestas de “no
oficiales”, pues fueron seguidas, entre otros, por Suecia o el estado de
Florida.
Precisamente, la censura por parte
de Youtube (Google) de un vídeo en el que el gobernador de
Florida, Ron DeSantis, realizaba una extensa entrevista a los
científicos de Great Barrington, marca una de las cotas más elevadas del
despropósito. Como la amenaza de censura desencadena una fuerte autocensura
para evitar el cierre de la cuenta, las grandes tecnológicas contribuyeron
a asfixiar el debate público sobre la pandemia, justo cuando más
necesaria era la confrontación de ideas, ensanchando así la brecha entre
realidad y percepción.
Televisiones y
expertos agoreros
El medio televisivo, creador destacado
de mitos en esta pandemia, descubrió hace tiempo que el miedo atrae
masivamente espectadores. También comprobó su enorme capacidad para
manipular al público porque el cerebro humano está programado para dudar de lo
que oye... pero no de lo que ve. Así, la pequeña pantalla ofrece una engañosa
sensación de adquirir conocimiento sin esfuerzo. Al contrario que el cine, la
tele nunca advirtió al espectador que su contenido informativo posee un elevado
componente de ficción: es una visión muy sesgada y descontextualizada de la
realidad.
La pandemia impulsó el surgimiento de
una nueva figura televisiva, el experto mediático agorero,
personaje encargado de convertir la noticia más trivial en una instantánea
de terror. Hace años, los expertos ofrecían públicamente un juicio ecuánime,
alejado del amarillismo, del espectáculo. Evitaban hablar de lo que escapaba a su
especialidad y tendían a tranquilizar al público ante cualquier suceso
preocupante. El nuevo experto mediático no es ponderado sino
histriónico, habla con ligereza de cualquier asunto y no se dirige al intelecto
sino a los instintos y emociones.
Asustar al público, reclamar
frívolamente el encierro de la población sin llegar siquiera a imaginar los
complejísimos efectos sobre la salud física y mental de la gente, sobre su
nivel de vida o sobre sus derechos y libertades, son actitudes que recuerdan
esa figura que, con cierta sorna, José Ortega y Gasset denominó
el “sabio-ignorante”, ese individuo que conoce “muy bien su mínimo
rincón de universo; pero ignora de raíz todo el resto”, ese sujeto que
en los aspectos que desconoce toma “posiciones de ignorantísimo; pero
las toma con energía y suficiencia”. Resulta poco prudente pontificar
sobre la pandemia si, por ejemplo, se ignoran las nociones más básicas
de estadística o de manejo de datos.
La intensa (auto) censura actual abrió un
enorme campo de juego para el experto mediático: muchas mentes
pensantes prefieren mantener silencio o hacer seguidismo, sumergiéndose de
lleno en el pensamiento grupal. Pocos podrían imaginar
el exagerado pavor que existe en los ambientes académicos al mero “qué dirán”.
Atrapados en las
arenas movedizas
La opinión pública no es muy consciente
de las arenas movedizas en las que nos hemos adentrado, del peligro que corren
a la larga nuestros derechos básicos. A pesar de que los
confinamientos han resultado ineficaces y causado grandes daños a la población,
existe mucha presión para que las normas excepcionales se consoliden, se
conviertan en ordinarias y sean de aplicación discrecional, como una soga que
se aprieta o afloja a voluntad. La excepcionalidad tan prolongada ha
favorecido el surgimiento de grupos de intereses, incluidas ciertas
burocracias, que ejercen cada vez más influencia para enquistar la situación.
Con una mayoría aplaudiendo la supresión
de derechos y libertades, la pandemia ha descubierto el flanco
vulnerable de las democracias actuales: el pánico. En el
futuro, cualquier enfermedad relativamente leve podrá ser amplificada
por los medios hasta adquirir una percepción tan intensa, que mucha
gente aclame el despotismo de los gobernantes. La distopía de Huxley, donde
la población no se siente oprimida por la tiranía sino cómoda y aliviada, se
torna más cercana que nunca. Pero también la de Orwell, porque
quienes aplauden tales medidas no se conforman con encerrarse ellos en su casa…
exigen que encierren a los demás.
Perdonad que insista con este nuevo artículo, (que un amigo nos ha facilitado), dado que lo menos preocupante ahora es el covid, habida cuenta de la maraña de ataques continuos contra las libertades y derechos ciudadanos, que está perpetrando un gobierno absolutamente obsceno y espurio, secundado por el resto de la clase política, los medios de comunicación y una parte del sistema sanitario sin conciencia.
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