SOS Europa social
José A. Naz Valverde (Colectivo
Prometeo)
4 de junio de 2024 20:41h Actualizado el 05/06/2024 09:40h
“Llegará un día en que ustedes Francia, Rusia, Italia, Inglaterra, Alemania, todas ustedes, naciones del continente, sin perder sus cualidades distintivas y vuestra gloriosa individualidad, se fundirán estrechamente en una unidad superior, y constituirán la fraternidad europea” (Victor Hugo, discurso de inauguración del Congreso de Paz, París 18 de agosto de 1849).
No nos engañemos, no nos engañamos. La UE que se formaliza en Maastricht en 1992 no tiene nada que ver con la “fraternidad europea” que propugnaba Victor Hugo; aunque se planteara para no repetir el fascismo ni la guerra y pensando en asegurar los derechos humanos.
Desde su primer antecedente, la comunidad Europea del carbón y del acero (tratado firmado el 18 de abril de 1951 entre Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Luxemburgo y Países Bajos), queda claro que se trata de un acuerdo económico fundamentalmente. El nombre que toma posteriormente, tampoco deja mucho lugar a la duda: Comunidad Económica Europea (CEE).
En Maastrich los 12 países firmantes acuerdan tres cosas básicas: la moneda única (el euro), el banco central europeo y una seguridad única. Todas las reformas de los tratados y las ampliaciones han ido acentuando la moneda única, las directrices económicas de mercado regido por los países más ricos, fundamentalmente Alemania o Francia y bajo la batuta del Banco Central Europeo.
Aunque cada vez aparece
más en los textos aquello de “principios democráticos”, desarrollo de los
pueblos, etc., de facto la UE funciona como un gran mercado controlado por
Alemania, con grandes desigualdades entre los países socios, pero todos
sometidos a los mismos criterios mercantilistas y financieros, pero sin
proponer una fiscalidad única. Desde el primer momento se aprobó la “libre
circulación de capitales” que, al no existir una unidad fiscal, permite la
deslocalización de empresas en función de los beneficios fiscales. Todo este
tinglado económico se encuentra, además, mediatizado y en gran parte
influenciado por los cientos de lobbys de las grandes
corporaciones que actúan en Bruselas.
Pero desde la denominada
Constitución Europea, frenada por el referéndum en Francia en 2005, pero metida
de hecho con el Tratado de Lisboa (2007), se reafirma el poder de instituciones
sin control democrático, como el BCE, se introduce la privatización de los
servicios y se pone más hincapié en la protección de las fronteras, eufemismo
de políticas contra la inmigración.
Los Estados pierden su
autonomía económica y de mercado, pero la Unión Europea mantiene e incrementa
sus lazos de dependencia con EE.UU. Esto es ahora más que evidente en lo que se
refiere a la “política común de Seguridad”, principio que aparece en los
Tratados con el fin de garantizar la soberanía e independencia de la UE frente
a otros agentes internacionales. De hecho, la guerra de Ucrania es un ejemplo,
la política exterior de la UE funciona claramente como si se tratara de una
colonia de EE.UU., bajo el instrumento de la OTAN. El posicionamiento y las
actuaciones en el conflicto Rusia-Ucrania no responden a los intereses de los
países europeos, sino a las directrices de EE.UU.
Más incomprensible y
“sangrante” (40.000 muertos) es la postura ante el genocidio de Israel sobre el
pueblo palestino. Nos encontramos en estos momentos con la paradoja de ver
convertida una asociación de países creada para la paz y el desarrollo de los
pueblos en una coalición de guerra, al servicio de los intereses económicos y
geoestratégico de EE.UU., pero en contra de las propias economías europeas y
poniendo en peligro nuestra propia seguridad. Y en un contexto político interno
que, debido a las políticas austericidas y antisociales que vienen
implantándose en los últimos años, está provocando un gran avance de los
partidos de ultraderecha, que pueden marcar el rumbo de Europa a partir del
próximo domingo.
Esto sólo se puede
intentar enmendar con la participación masiva y consciente del electorado
europeo. Pero la propia opacidad y falta de comunicación de las instituciones
de la UE con las poblaciones de los países miembros conduce a todo lo
contrario: desconocimiento de la influencia directa de las políticas de esta
institución en nuestras vidas cotidianas y de la importancia para nuestro
bienestar.
Por ello, la
participación es muy baja (las últimas por debajo del 50%) y la opción de
quienes participan se toma en la mayoría de los casos con poca, y en muchos
casos sesgada, información. El único aspecto positivo en estas elecciones es
que se trata de un distrito único, por lo que todos los votos cuentan y no se
pierden.
Por tanto, si somos
ciudadanos y ciudadanas conscientes de la situación que brevemente he descrito,
debemos mostrar nuestra preocupación yendo a votar. Y si compartimos las ideas
humanistas de Victor Hugo y queremos una Europa social y humana, debemos elegir
la papeleta del partido y las personas que con más claridad y firmeza se
posicionen por la paz, contra las políticas neoliberales, contra el racismo y
el cambio climático, por la igualdad y los derechos humanos para todas las
personas.
Este simple acto de
votar no cuesta un gran esfuerzo y es imprescindible para nuestro futuro. A
partir de ahí, si conseguimos parar el monstruo que se está generando, queda un
gran trabajo individual, pero sobre todo colectivo, de humanización y respeto
por la vida en paz y con bienestar.
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