LA AMANTE DESESPERADA
Siendo profesor de Ed.
Física en el C.P. “Ricardo Leal” de Monóver (años 90), durante un par de semanas
hice varias visitas a la madre de una alumna nueva. Vivían de alquiler en una
casa de planta baja muy próxima al colegio. La niña tenía unos once o doce años
y se llamaba Vilma.
Vilma venía derivada del
C. P. “Cervantes” después de que su tío paterno, un famoso escritor de
izquierdas, (¿Fernando Sabater?), escribiera en el periódico “Informaciones” de
Alicante una fuerte diatriba contra el insensible y desconsiderado tutor de su
sobrina.
En algunas clases de Ed.
Física un grupo de monitores desarrollaba un programa deportivo para alumn@s de
2ª etapa.
El año anterior yo había entrenado al voleibol a las niñas de mi tutoría de 7º curso, seis buenas amigas con síntomas de aburrimiento.
Ellas aceptaron practicar conmigo en la hora
exclusiva –mediodía- y se engancharon a los entrenamientos con interés, por lo
que acabaron inscritas en una competición comarcal de voleibol femenino.
Perdieron todos los partidos, pero estaban tan entusiasmadas con la
experiencia de salir cada fin de semana, hacer amigas nuevas y tener público
masculino en los partidos, que contagiaron al resto de las chicas de su edad de Monóver.
El alcalde socialista
aprovechó la ilusión despertada y promovió el deporte escolar en todos los
colegios del pueblo, ampliando y mejorando mi espontánea iniciativa.
Al apreciar en Vilma claras
carencias sicomotrices en el manejo de los balones, decidí ocuparme de enseñarle
recepciones y pases con las pelotas de voleibol y baloncesto mientras sus
compañer@s practicaban con los monitores. De esta manera nació entre ambos
cierta simpatía y confianza mutuas.
Un día, Vilma me dijo que
su madre deseaba conocerme.
La madre, una mujer agradable de rasgos finos y tez clara, muy delgada, me invitó a tomar té con pastas, agradeciéndome mi amable trato hacia su hija.
A continuación me relató su historia personal:
Todo en su vida era normal hasta que se enamoró apasionadamente de un holandés, que le prometió una vida más emocionante, lejos de todo lo que conocía.
Ella no dudó en abandonar a
su marido y su trabajo bien remunerado como jefa de un pequeño grupo de
secretarias en una oficina de Madrid.
El macho alfa aceptó
hacerse cargo también de la niña y, sin más complicaciones, se las trajo a las
dos a Monóver, donde tenía algunos amigos y pudo emplearse como pintor de brocha
gorda.
Cuando volvía del comedor
escolar del C.P. "Azorín" con mis compañeros Cristina, Angustias y
Antonio, de vez en cuando me separaba del grupo para atender la invitación que me hacía la madre de Vilma.
-Te aconsejo que dejes de ver a esa mujer –me dijo seriamente
Antonio, con el que hacía todos los días el viaje de ida y vuelta a Alicante en
nuestros coches alternativamente de forma semanal.
-No hago nada malo interesándome por alguien que necesita un poco
de comprensión y compañía.
-Sí, pero tú mismo me has dicho que el holandés es un tipo celoso,
además de bruto. Imagina que te pilla en su casa con ella.
-No creo. Cuando voy a su casa se acaba de marchar a trabajar.
-Pues piensa en las habladurías que otros padres puedan estar
haciendo de vosotros.
Aún así, seguí visitándola.
En una ocasión me enseñó unos dibujos artísticos que había realizado en sus horas solitarias y que
denotaban, de igual modo que la casa impecablemente arreglada y limpia, y sus facciones delicadas, una
gran sensibilidad artística.
No pretendíamos ligar ni
ella ni yo, pero estábamos cómodos en mutua compañía. Yo la encontraba,
teniendo ambos una edad semejante, agradable, amable y educada.
Pronto me reveló su problema.
Apenas comía y padecía una anemia terrible. Había perdido las ganas de vivir.
La única causa para ello era el
desafecto de su pareja. El holandés la trataba sin la menor consideración y
sólo se preocupaba de pasárselo bien con sus amigotes, organizando fiestorras
alcohólicas y soeces los fines de semana. Para mayor inri, ella era
abstemia.
Al conocer su situación, hice todo lo posible por animarla para que se cuidara y se librara del animal
de bellotas al que consideraba su “compañero sentimental”.
-¿Por qué no os vais, Vilma y tú, con tu hermana? Ella se preocupa
por ti, según me has dicho, llamándote de vez en cuando.
-Porque lo que yo necesito es que X vuelva a quererme como al
principio de nuestra relación.
La precaria salud de la
mujer no la oculté ni a mis amigos ni a otros compañeros del centro escolar.
Acabó divulgándose la extrema
situación de su salud y los servicios sociales se hicieron cargo de ella,
hospitalizándola y salvándole la vida.
Yo no sabía qué era peor:
que el holandés, una vez la hubo conquistado, le colocara un collar con las
palabras “sólo mía”..., o que ella no encontrara mejor solución, para llamar su
atención y recuperar su amor, que suicidarse ante sus narices haciendo una especie
de huelga de hambre indefinida.
A su hija, en la escuela, yo la trataba con especial cariño y en cierta ocasión le regalé una pelota.
Otra niña se enteró y
vino a protestar:
-¿Por qué no me regalas la pelota a mí?
Yo le contesté:
-Vilma es mi sobrina.
-Yo también soy tu sobrina.
-Mira, -le expliqué intentando zanjar el tema- seguro que tú tienes
tíos y padres auténticos y no me necesitas como familiar para nada.
Después de la
hospitalización no volví a ver a la madre, aunque me dijeron que se había
recuperado de la anemia y estaba mejor.
Vilma dejó de venir al
colegió poco después.
Imaginé que, por fin, habían
regresado a Madrid con sus familiares.
Cuando le pregunté al
director por la niña, me dio una noticia inesperada. Vilma estaba con su padre
en Madrid porque su madre había muerto.
Por lo visto, reincidió
en su obsesión.
Y esta vez, su salud, por
demás delicada, no resistió lo suficiente como para evitarle el trágico desenlace.
De Vilma conservo un
dibujo precioso que me regaló en la clase de plástica.
Al holandés, le vimos
en una ocasión subiendo por la acera contraria a la nuestra con otra persona
cuando bajábamos del “Azorín”.
Yo no soy quien para
juzgarle, pero no cabe duda que es el protagonista oscuro e insensible de esta
triste historia.
Triste y conmovedora historia, Pedro. Al respecto, me apropio como mías las palabras sabias de mi mujer: "para que se dé una situación de violencia machista -o maltrato- son necesarias dos condiciones, a saber, un hombre posesivo, bruto e insensible, y una mujer frágil de carácter".
ResponderEliminarEsta mujer, la madre de Vilma, era, a lo que puedo entender, enfermiza, frágil y dependiente en exceso de su hombre.
Un abrazo.
Amén.
ResponderEliminarGracias a tu mujer y a ti por el acertado comentario.
Con el paso de los años, me he vuelto un poco sentimental, pero también más consciente de que sentía más cariño por Vilma, delicada flor con ilusión de vida, que por su obsesionada madre anclada en el pasado.