Esta hermosa historia fue mi regalo de cumpleaños de
hace ya unos cuantos años, por parte de mi hermana mayor, Maribel.
UNA
TIERNA HISTORIA DE AMOR por
Mª Isabel Calle Ballesteros
Recién obtenido mi diploma de Maestra de
Escuela, comencé a dar clases en la Escuela-Hogar de las monjas de
Montoro.
A
continuación en Alicante me hice cargo de la escuela itinerante para niños y
niñas de las familias circenses. Mi hermano Pedro vino un día a conocer mi
clase y nos acompañó toda la mañana.
He de decir que ambas experiencias, por diferentes razones que no vienen
al caso, fueron poco gratificantes. Finalmente, con unos 20 años recabé en la
escuela unitaria mixta de una pedanía de Montoro: La Encarnada.
Muy ilusionada con el nuevo destino me instalé en la casa reservada al
maestro/a de la localidad, deseando desarrollar la labor educativa más
encomiable que me fuera posible.
Pasado un corto espacio de tiempo me encontraba muy satisfecha por la
estupenda acogida de padres y alumnos.
Una
tarde paseaba por los olivares circundantes con un grupo de niños y niñas de
los alrededores, cuando se presentó ante mí un niño de unos 8 años que no
conocía.
-Señorita, ¿es usted la maestra de la escuela? –me preguntó.
-Sí, así es.
-¿Y yo podría ir a su escuela?
-¿A qué escuela vas ahora?
-A ninguna. Iba a una Escuela-Hogar pero me escapé para estar con mi
padre y mis hermanos.
-¿A qué curso ibas?
-A tercero.
-¿Por qué te escapaste?
-Porque mi padre estaba enfermo y yo quería estar a su lado.
-¿Tienes libros?
-Si señorita, los tengo todos.
-Entonces, a partir de mañana puedes venir a mi escuela cuando tú
quieras.
Satisfecho con el acuerdo obtenido, se despidió asegurándome que al día
siguiente vendría a clase.
Efectivamente, a la mañana siguiente apareció en la escuela con un
paquete de libros. Automáticamente le asigné un puesto en el grupo de tercero.
Al poco tiempo se estableció entre nosotros una entrañable relación, que
él procuraba acrecentar con modestos y amables detalles. Al acabar las clases
siempre se quedaba conmigo ayudándome a arreglar el aula para el día siguiente.
Si yo le sugería que se le hacía tarde para ir a comer, él contestaba que eso
no importaba, que prefería quedarse a ayudarme. Cuando preguntaba una lección a
su grupo, se colocaba enseguida a mi lado dando empujones a sus compañeros, si
era preciso.
Recuerdo que, cuando apareció por la escuela, los demás niños mostraban
hacia él cierto desprecio, a pesar de que su pobre indumentaria no difería
apenas de la de ellos.
Sin embargo la seguridad en sí mismo y su inteligencia, (más una ayudita
de mi parte), no tardaron en convertirlo en un auténtico líder al que
apreciaban y apoyaban todos.
Al llegar la primavera su paseo hasta la escuela entre los olivos le
ofrecía la oportunidad de recoger flores silvestres para componer un ramito que
me regalaba diariamente.
Las flores pronto alternaron con los manojos de espárragos tiernos que
encontraba sin dificultad.
Paseando cierto día me encontré con su padre que se excusó de darme la
mano mostrándome las largas y numerosas grietas que le recorrían ambas manos.
Me contó que había estado hospitalizado en Córdoba, pero que se escapó
rompiendo la tarjeta sanitaria para no volver, porque sus tres hijos pequeños,
mientras tanto, habían quedado solos en casa, sin protección ni ayuda. La madre
había abandonado el hogar cuando el más pequeño tenía apenas tres meses.
Entonces comprendí claramente la necesidad afectiva del niño y le traté
con más cariño aún.
A
final de curso apareció emocionado y radiante con un pequeño envoltorio.
-Señorita, le he traído un regalo –dijo mostrándome el hatillo que había
realizado con un pañuelo mugriento.
Lo acepté con curiosidad dándole las gracias. Luego, deshice el nudo del
pañuelo ante su mirada expectante.
¡Qué
sorpresa me llevé al descubrir el contenido! ¡Un puñado de clavos y
puntas! Lo más valioso que había
conseguido reunir en su paupérrimo entorno.
Volví a agradecérselo completamente emocionada, sin saber qué hacer con
el pequeño tesoro.
Al terminar el curso me trasladé a Alicante con mi familia para estudiar
enfermería y no volví a saber nada de él o su familia.
Los años me han hecho comprender que, de las muchas personas que cruzan
por nuestra vida, muy pocas se quedan para siempre en nuestro corazón.
¡Ojalá aún me conserve en su corazón como yo le guardo sin reservas en
el mío!
Amigo Pedro, super entrañable y humana esta historia de tu hermana. Además me trae muchísimos recuerdos de nuestra infancia, ya tan lejana, en la que la figura del maestro era tan valorada y representaba lo mejor de aquella sociedad que quería aprender para salir de la pobreza y de la falta de recursos que nuestros padres tenían y poder ser en el futuro personas de provecho.
ResponderEliminarNunca podré olvidar los nombres, el recuerdo y el agradecimiento a mis maestros de infancia.
recibe un fuerte abrazo.
Muchas gracias, Manuel.
ResponderEliminarCuando los alumnos son buenos, como tú, ser maestro es un regalo.
Y viceversa, supongo, como en tu caso.
Mi hermana dejó de ser maestra para estudiar enfermería al año siguiente de esta historia.
Como tu mujer, ha pasado por todas las tareas de enfermería, quirófano incluido.
En su última etapa profesional fue profesora de odontología en un I.E.S.
Ella y sus alumnas nos hicieron varias limpiezas gratuitas de nuestras dentaduras a Mónica y a mí antes de jubilarse Maribel, en las prácticas de fin de curso de sus alumnos/as.
Estoy orgulloso de tener una hermana tan competente y abnegada como ella.
También estoy orgulloso de mi hermana Gema, siempre alegre y positiva, y además artista polifacética, (teatro y pintura).
Como ves aprovecho para fardar de hermanas.
Un fuerte abrazo y que se os vayan cumpliendo vuestros mejores deseos a Manuela y a ti.
La historia pone de relieve la grandeza humana y el gran corazón de tu hermana. Para ser maestro hay que tener un gran corazón y tu hermana lo tiene. Lo ha demostrado también en sus otras profesiones posteriores. Mis más felices recuerdos del tiempo de mi niñez son del colegio.
ResponderEliminarUn abrazo amigo Pedro
Gracias de nuevo, amigo Fernando.
ResponderEliminarMaribel, además de excelente profesora, enfermera y hermana, es una escritora desaprovechada. El relato apenas tiene un par de ligeras correcciones mías.
Así que transmitiré tu amable reconocimiento a Maribel cuando nos veamos, pues desgraciadamente no llega a leer mis cosillas del blog si no se las enseño yo directamente.
Un abrazo, como siempre.