sábado, 7 de noviembre de 2020

 En esta ocasión ofrezco una parodia de la realidad, que a más de uno le "sonará" cercana.


EL CONCURSO

 

   Tres amigos se reúnen, tras una cita dilatada en incontables mensajes electrónicos, para exponer su valía literaria.

 

   Uno de ellos piensa en actualizar algún tema histórico o legendario impactante. Otro, pretende recrear una historia vivida en su niñez, ya lejana, con un giro fantástico. El tercero asume su incapacidad para sorprender a sus colegas y decide ofrecer una historia trivial, sin pretensiones, rayana en la pereza.

    La historia está llena de hechos sorprendentes, a veces inverosímiles. Y nuestro primer literato le inca el diente a un misterio sorprendente, que abarca siglos de incredulidad: los barcos de Calígula.

   El relato conmociona por lo incomprensible que resultan sus personajes y motivaciones. Sin embargo, se trata de un caso real, que parte del alucinado y afeminado emperador romano, continúa con el insólito devenir temporal de los barcos, y termina con una feliz explicación que resume la desconcertante historia.

    El segundo escritor se deja llevar por su fantasía irrefrenable y nos transporta a un aquelarre presentido, soñado, susurrado en extraños relatos de sus conciudadanos a un niño lleno de curiosidad.

   Espoleado por un desmedido prurito creativo, el curtido escritor se atreve a relatar en primera persona una relación directa con Satanás, que le desvirga sodomizándole, mientras le canta rancheras al oído y le promete el premio Cervantes del 2017.

    El tercero se halla atrapado en un estúpido laberinto comercial. Ha aceptado una oferta que le facilita el teléfono, el acceso a Internet y la TV por cable a menor precio y con mejoras de última generación.

   Todo parece funcionar, excepto la conexión al router del nuevo decodificador televisivo. Asume que las ofertas tienen sus limitaciones y que, en este caso, no incluyen un técnico instalador.

   Al realizar él mismo la instalación, descubre que necesita un cable de al menos 30 metros para llegar desde el decodificador, situado bajo el televisor, hasta el router, que se encuentra sobre la torre del ordenador en la otra ala del piso. El cable que le han proporcionado tiene dos metros.

   Por otra parte, un aparato wi-fi que recoja la señal del router y permita la conexión inalámbrica, está totalmente desaconsejado: “se irá perdiendo la señal poco a poco”, “te cobrarán un  incremento de tarifa”, “te afectarán las ondas electromagnéticas…”

   Mientras nuestro tercer literato sufre con el jodido contratiempo, intenta conectarse en Internet con sus colegas, pero una furibunda plaga de anuncios y pantallas indeseables le cierra el paso. 

   Imposible seguir así. Cuando por fin logra acceder a los correos, la opción “redactar” se declara en huelga radical.

   Borra enfadado, vengativo, el antivirus gratuito al que acaba de convertir en chivo expiatorio. Le atribuye todos los desastres que sufre basándose en la fastidiosa agresividad con que le recuerda diariamente la necesidad de actualización aportando 20 €.    

   Finalmente, al realizar la desinstalación marca una x en la casilla del test que le pregunta su grado de satisfacción: “mierda puta”.

   Vuelve a los correos y tras numerosos intentos, desquiciado, accede al mensaje de la bruja Laetizia, que le jura y perjura desde hace meses, que si confía en ella, (pasando por caja), le proporcionará un número infalible para obtener un premio de un millón de euros. 

   Alega dicha bruja haber tenido una revelación de la veleidosa fortuna merodeando al incrédulo escritor y bien dispuesta a revertir de golpe los infortunios y sufrimientos de la vida de éste.

   Nuestro acorralado tercer literato no aguanta más y está a punto de estallar, cuando su mujer le llama desde el cuarto de baño:

-Pere, toca ducha. Dentro de veinte minutos salimos a comer a casa de tus suegros. Mi padre ha vuelto a cocinarnos la paella de marisco que tanto te gusta.


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