martes, 11 de abril de 2023

HACE MÁS DE 9 MESES SE EDITÓ UN LIBRO QUE COMENZABA CON LAS SIGUIENTES CONCLUSIONES


ESTUDIO DE LA PANDEMIA por el Dr. Sergio J. Pérez Olivero  (5-7-22)

 

CONCLUSIONES

1.

El “fastuoso” mundo “Covid” que rodea al supuesto virus conocido como SARS-CoV-2, creció muy rápidamente a partir de un marketing programado e impulsado por las autoridades, medios de comunicación e instituciones que fue aceptado sin cuestionar por buena parte de la sociedad, y que les llevó a interiorizar el mantra de que el supuesto virus existe y punto. 

Sin embargo, no se ha demostrado científicamente la existencia del SARS-CoV-2. Es un virus teórico que se inventó usando secuencias de bases de datos genómicas, que se ensambló digitalmente a partir de una base de datos informática, y que nunca se ha aislado y purificado de forma adecuada para que pueda secuenciarse de un extremo a otro derivado de tejido vivo como una estructura única completa.

2.

Un discurso que se basa en la existencia de un supuesto virus para intentar “cambiar” la definición de derecho fundamental, necesita de alguna forma de diagnóstico que permita mantener una intensa campaña del miedo para conseguir suprimir el pensamiento crítico de las personas. 

En este papel encajan perfectamente los dos métodos de diagnóstico que actualmente están autorizados, fundamentalmente la PCR, que tiene una gran capacidad para identificar al culpable equivocado en una infección y sacarlo de toda proporción. Tiene un gran potencial para magnificar las cosas creando oportunidades para todos aquellos que se beneficiarían al hacer montañas de montículos de arena y pandemias globales a partir de epidemias estacionales relativamente ordinarias. La fe en las pruebas rápidas conduce a una epidemia que no lo fue. 

Podemos afirmar que, realmente, no existe un método de diagnóstico válido para diagnosticar el síndrome conocido como Covid-19. No existe una prueba legítima que pueda identificar con precisión la presencia del supuesto SARS-CoV-2, y mucho menos, que pueda diferenciar entre supuestas variantes. Por tanto, no existe una base científica para confirmar la existencia de una pandemia. La Covid-19 no es una entidad clínica definible y, por lo tanto, cualquier presentación, incluso si es completamente asintomática, puede clasificarse como otro caso de la supuesta enfermedad.

3.

Otro de los mantras repetidos hasta la saciedad para mantener una narrativa e intentar justificar el uso de la mascarilla, es que el supuesto virus se transmite por el aire, independientemente de si la persona presenta síntomas o no. 

Contrariamente a lo que nos dicen, aún suponiendo que existiera, el supuesto virus conocido como SARS-CoV-2, no es un virus respiratorio; no tiene sustento científico el que personas sin sintomatología puedan contagiar a otros por hablar, cantar, o respirar. 

Incluso si así fuera, el cubre-bocas, no serviría absolutamente para nada. Ni protege a la persona del contagio, ni evita la propagación del supuesto virus. Sin mencionar las graves consecuencias que puede tener para la salud de la persona, especialmente si es un niño. 

Esto quiere decir, que todos los mandatos de mascarillas que hemos tenido que sufrir, solo han servido para enriquecer a los fabricantes a costa de poner en peligro la salud de los usuarios y para limitar los derechos y libertades de los ciudadanos.

4.

Una vez que ya se ha suprimido el pensamiento crítico de la gente, la narrativa oficial necesita de alguna herramienta que le permita justificar los resultados obtenidos con los falsos métodos de diagnóstico, y de paso, mantener la campaña del miedo. 

Aquí es donde entra la famosa figura del asintomático y su “alta” capacidad de transmisión. Sin embargo, no existen pruebas científicas claras de que la transmisión asintomática, sea la mayoritaria. 

La evidencia que respalda esta afirmación, sigue siendo en gran medida inexistente, exagerada y sin fundamento. Una persona sin síntomas, no es una persona enferma, la probabilidad de que una persona sana asintomática que no sabe que porta el virus infecte a otra persona, siempre será ínfima comparada con la probabilidad de transmisión por parte de una persona sintomática.

5.

Los datos obtenidos con los falsos métodos de diagnóstico y con la figura de la transmisión asintomática de un supuesto virus altamente peligroso, le han permitido a las autoridades “jugar” con nuestras libertades por un supuesto bien común y encima sin que buena parte de la sociedad lo cuestionara. 

Sin embargo, es muy evidente que absolutamente todas las medidas restrictivas que se han empleado para controlar la supuesta pandemia, han sido ineficaces. Ni han frenado la transmisión, ni han reducido las muertes. 

Para lo que sí han sido eficaces, es para “redefinir” nuestros derechos fundamentales y para devastar la salud física y mental de las personas, además de para hundir la economía. Los encierros en casa, los bloqueos, el uso de mascarillas, el distanciamiento social, el cierre de las escuelas; carecen de justificación científica que respalde su utilidad.

6.

La piedra angular de la campaña del miedo con la que se ha bombardeado continuamente a la población, es la supuesta peligrosidad del supuesto virus. Contrariamente a lo que se nos ha querido hacer creer, la Covid-19 no es más peligrosa que una gripe. La brutal campaña de marketing para la “vacunación” compulsiva de la población, necesita apoyarse en la peligrosidad del supuesto virus, de igual forma que necesita esconder la existencia de tratamientos alternativos mucho más eficaces que los sueros experimentales y minimizar el hecho de que la inmunidad natural es infinitamente superior y más duradera que la que teóricamente otorgan lo que algunos llaman “vacunas”. Lograr la inmunidad de rebaño inducida por las “vacunas” antiCovid es científicamente imposible; si queremos evitar más infecciones y detener la transmisión del supuesto virus, la inmunidad natural lo puede lograr pero la teórica inmunidad “vacunal” actual, no.

7.

La herramienta principal con la que las autoridades e instituciones han intentado fomentar las inoculaciones de los sueros experimentales y de paso limitar nuestros derechos fundamentales, se llama pasaporte/certificado Covid. 

Bajo el auspicio de evitar la supuesta transmisión, han fomentado la discriminación de los no “vacunados” sin ningún tipo de escrúpulos y sin ninguna base científica que los respalde, puesto que los “vacunados” contagian igual o más que los no “vacunados” y sufren más muertes, más hospitalizaciones y se contagian más que los no “vacunados”, con lo cual, aunque intenten taparlo, el pasaporte/certificado Covid, no vale para lo que dicen que vale. 

Se ha culpado a los no “vacunados” de la situación que llevamos tiempo viviendo y que según algunos, ha llevado a las autoridades a tener que utilizar el pasaporte. Sin embargo, la realidad, es que los no “vacunados”, no son culpables de nada. 

Es una falsedad científica afirmar que estamos viviendo una “pandemia de no vacunados” o afirmar que los supuestos nuevos contagios se deben a los no inoculados. La carga viral de los inoculados, incluso con la pauta completa, es igual o mayor que la de los no “vacunados”, llegando a poder ser hasta 251 veces más alta. 

Es muy clara la evidencia de que las “vacunas” anti-Covid no pueden terminar con la supuesta pandemia, de hecho, podrían impedir que desaparezca de forma natural. Lo que realmente podemos afirmar con justificación científica y además con el respaldo de los datos, es que lo que estamos viviendo es una “pandemia de vacunados”.

8.

A una población crédula y sumisa hasta el extremo, se le ha dicho: que las “vacunas” son la única solución para terminar con la supuesta enfermedad; o que si no se “vacunan” enfermarán gravemente o morirán; o que se inoculen para proteger a los demás; o que estarán “inmunizados” primero con solo 2 dosis y luego con millones de refuerzos continuos; o que cuando se inoculara el 70% de la población, ya habría inmunidad de rebaño; o que si se contagiaban estando “vacunados”, les daría más leve. 

Absolutamente todo es falso, digamos que han sido muy “creativos” con la verdad; los sueros experimentales, mal llamados “vacunas” anti-Covid: ni son vacunas, ni son necesarias dada la baja mortalidad del supuesto virus, ni son seguras (muy especialmente para los niños y adolescentes), ni son efectivas. 

No protegen al inoculado, no evitan el contagio, no reducen la gravedad y son peligrosas para la salud, no solo de la persona “vacunada” sino también de los que la rodean al convertir a los inoculados en auténticas incubadoras y super propagadores de la supuesta enfermedad, tras debilitar su sistema inmunológico. 

No solo son peligrosas por la famosa proteína espiga, que es altamente patógena y que, justamente, es la que produce el cuerpo tras la inoculación, también por componentes declarados de las “vacunas”. 

Los sueros, más que mejorar la situación, la han empeorado; en todas partes del mundo donde se administran ampliamente las “vacunas” anti-Covid, se está experimentando un aumento masivo en el exceso de mortalidad. Cuanto mayor es la tasa de “vacunación”, mayor es el exceso de mortalidad; circunstancia que se favorece aún más, con las dosis de refuerzo. 

La afirmación de que las altas tasas de “vacunación” universales conducirán a la inmunidad colectiva y evitarán brotes de Covid-19, ha quedado desmentida. Las “vacunas” y sus interminables refuerzos, son ineficaces para detener la supuesta enfermedad. 

Empeoran las cosas creando una necesidad perpetua de más y más refuerzos para intentar contrarrestar el problema inicial de falta absoluta de efectividad. Si alguien toma una “vacuna” de refuerzo, se está administrando una forma progresiva aún más rápida de deterioro de su sistema inmunológico, además de agotarlo. El análisis de riesgo-beneficio para estas “vacunas” se ha convertido ahora en un análisis de riesgo-detrimento. Cuantas más inyecciones se pone una persona, más rápido progresará dicho deterioro, cuantas más dosis sigan recomendando para la gente, más incrementan el riesgo de ADEs. 

Mientras que los no “vacunados” están alcanzando inmunidad sub-manada contra Covid-19, las “vacunas” impiden que los completamente “vacunados” la alcancen. Si siguen intentando detener o erradicar al supuesto SARS-CoV-2 mediante la “vacunación”, están condenados a fracasar; las campañas de vacunación nunca y en ningún lugar han controlado una epidemia. 

Las nuevas “vacunas” Covid, crean peligros potenciales que podrían ser peores que las propias infecciones por Covid-19. El plan para inmunizar rápidamente a la población mundial con “vacunas” Covid-19 que contienen o codifican la proteína Spike y que supuestamente confiere unos pocos meses de seguridad, es extremadamente arriesgado. 

El hecho de colocar las “vacunas” en el mercado, es aun más irresponsable cuando científicamente ha quedado demostrado que realmente es esa proteína y no el virus en sí mismo, la que causa el mal. 

Esta política de inmunización tiene el potencial para resultar en un evento catastrófico una vez se ha visto la gravedad de los efectos adversos a corto plazo y tras constatar que los ensayos indican que no se posee información sobre los posibles efectos adversos a medio y largo plazo, sobre los cuales además y de forma muy preocupante, se pueden hacer suposiciones con una buena base científica.

9.

La siguiente “perla” que les han vendido a los “hipnotizados” ciudadanos, es que es necesario inocular a los niños, por su propio bien y por el de los demás. 

Habría que empezar por decir que aunque fuera cierto, nunca antes en la historia de la medicina, jamás, se había utilizado a los niños como escudo de protección de los adultos, es absolutamente grotesco que se anteponga la salud de los adultos con respecto a la de los niños. 

Sin embargo, eso no es lo más grave. Lo realmente grave es que encima, es totalmente falso lo que afirman. La “vacunación” infantil contra la Covid, ni es necesaria, ni es segura para los niños. No les aporta ningún beneficio a ellos, ni tampoco a los adultos. La enfermedad en los niños tiene una bajísima incidencia y además, no se ha demostrado que ellos transmitan la enfermedad. Los riesgos, superan con creces a los beneficios. 

Numerosos estudios epidemiológicos respaldan la evidencia de que los niños y adolescentes no solo tienen menos probabilidades de desarrollar cursos de enfermedad Covid grave, sino que también son menos susceptibles y menos propensos a transmitir el supuesto SARS-CoV-2. 

A pesar de los esfuerzos de los medios tradicionales y de las distintas administraciones por ocultar el hecho, el supuesto virus representa un riesgo prácticamente nulo para los niños, sin olvidar el hecho de que entre un 75 y un 85% de ellos ya han pasado la enfermedad y por tanto tienen inmunidad natural, que como he mencionado anteriormente, es muy superior y más duradera que la que teóricamente se adquiere tras la inoculación.

10.

La última de las excusas de las autoridades e instituciones para tapar los desastres que están causando las “vacunas”, son las famosas variantes y sus diferentes peligrosidades. 

Cada nueva supuesta variante que “misteriosamente” aparece, viene acompañada de una intensiva campaña del miedo que le da la justificación perfecta a las autoridades para aumentar el número de test realizados, lo cual, provoca un elevado número de falsos positivos, que a su vez, le dan la justificación a las autoridades para tratar de limitar de alguna forma nuestras libertades sin ninguna base científica. 

Mientras tanto, las farmacéuticas como supuestos salvadores del mundo, se apresuran a “inventar” a la velocidad del rayo, siempre por un supuesto bien común y con la “mejor” de las intenciones, una “solución milagrosa” que acabará con el problema, claro que siempre teóricamente porque luego la realidad es bien distinta, pero ya habrán hecho “caja”. 

Luego aparecerá una nueva supuesta variante, que “curiosamente” será capaz de “evadir” la teórica protección que supuestamente tenían los inoculados y volvemos a empezar el círculo vicioso, para volver a hacer “caja”. 

Lo más “curioso” de todo, es que ni se puede demostrar científicamente la existencia de las famosas variantes, ni se puede demostrar científicamente que una sea más transmisible o más peligrosa que otra. 

Lo que sí está constatado científicamente es que la mayor presión selectiva la están ejerciendo los “vacunados” dado que la teórica inmunidad que confieren las “vacunas” es imperfecta y especializada en un solo blanco antigénico en comparación con la inmunidad que se genera durante infecciones naturales, que genera respuestas contra múltiples y diversos blancos antigénicos. 

Si esas variantes existieran, serían provocadas por las propias “vacunas" convirtiendo algo que no es peligroso en algo que sí lo puede ser. Una variante que evade la “vacuna” es una clara evidencia de que la “vacunación” masiva está detrás de las mutaciones más problemáticas, por lo que las recomendaciones de las autoridades, simplemente, no concuerdan con los datos disponibles. 

Los métodos utilizados para predecir mutaciones en el virus, nunca han involucrado el uso del virus SARS-CoV-2 en sí. En su lugar, han utilizado métodos artificiales para generar y expresar las supuestas variantes de picos, como levadura, fagos o expresión de otro virus. 

Todas son simulaciones por computadora de secuencias de genes específicas. La variante Ómicron no es diferente de la variante Delta o cualquier otra variante pasada o presente, ninguna de ellas se ha demostrado que exista en la naturaleza. Ómicron es la última actualización de una realidad virtual que se desconecta cada vez más del mundo natural y que “curiosamente”, se originó en “vacunados” y afecta muy mayoritariamente a “vacunados”. 

Hablar de variantes de un virus cuya existencia no se ha probado, es científicamente imposible, de igual forma que es imposible científicamente que un método de diagnóstico, que no es válido para diagnosticar una supuesta enfermedad porque no es capaz de distinguir entre una gripe o un resfriado y el supuesto SARS-CoV-2, sea capaz de diferenciar entre supuestas variantes del supuesto virus.

 

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