lunes, 5 de febrero de 2024

 

ENCUENTRO EN BENIYORK 2

 

Mi espíritu contradictorio me impulsa a comenzar esta crónica con agradecimientos sinceros para Manuela y Manuel Jurado disfrutando unos días en el hotel Golden de Benidorm, para Miguel López Navarro, para mi mujer, Mónica, y para todos los amables lectores de este blog.

Creo que los participantes del encuentro hemos pasado un día muy agradable y así nos lo hemos expresado sin remilgos en las despedidas.
Los planes originales de la reunión estaban orientados a pasar el sábado, 3 de febrero, en Alicante y Campello, pero Miguel no se podía acoplar por tener asuntos impostergables ese día… y acabamos abocados al plan B, el día 4, copia del anterior encuentro del 2019, sin novedades reseñables salvo el cambio de hotel por parte de Manuela y Manuel, pero con la efusión de amistad a tutiplén, que hizo que nos importara un carajo todo lo demás.

Miguel pasó a recogernos a Mónica y a mí media hora antes de lo previsto porque no recordaba bien si habíamos quedado a las 9 ó a las 10. Nosotros nos pusimos en sus manos sin dudar, ya que se conoce Elx, Santa Pola y Benidorm con tanto detalle que podría editar un libro espectacular con sus fotos de las tres poblaciones.

El cariñoso encuentro en Benidorm con Manuela y Manuel fue una flagrante violación de las leyes del tiempo a juzgar por los entrañables abrazos sin fisuras y las miradas de regocijo y reconocimiento que nos devolvían renovado el pretérito encuentro de Beniyork 1.

“Beniyork playas” exhalaba una rebosante multitud de visitantes paseando plácidamente al regocijo de un sol generoso, o entonándose alegremente en las terrazas de los bares. En algunos de estos adosados abrevaderos en línea, algún cantante joven, manejando su guitarra con gallardía, encendía con canciones en inglés a los parroquianos, arrastrándolos a canturrear con él o bailar como si estuvieran en un mini concierto.

Nuestro distendido paseo por la concurrida avenida playera, intercambiando pareceres y opiniones diversas, acabó planteando el dilema de la comida, que, aunque manido, no tiene sin embargo nada de baladí: comer en el restaurante del Golden, de bufet libre, o buscar algún caladero de más postín y señorío culinario.
El selecto restaurante, que Miguel recordaba de una anterior ocasión, no apareció pese a la enconada búsqueda del grupo masculino. Manuel se preguntaba, mientras tanto, “¿por qué no le sacó una foto al egregio establecimiento en su día y la colocó en una carpeta de lugares de interés especial?”
Nuestras chicas aprovecharon la situación y se fueron de tiendas, tras quedar en reunirnos en el hotel. (¿¡Qué raro, no!?)


Luego, ya reunidos en el hotel para la comida, la disparidad de platos fue notable. La primera y segunda paellas mixtas que sacaron de la cocina estaban sabrosas pero un poco pasadas o melosas o gachosas, pero sabrosas, ¡y no se hable más! El emperador daba lástima por lo tieso que había quedado el pobre, pero el calamar rebozado gomoso rozaba el crimen, lastimando mi memoria gustativa para siempre. El osobuco impecable y los postres aceptables. Sólo reseño lo que yo probé. Mis compañeros se regodearon, además de la paella, con las patatas panaderas rebozadas con huevos fritos, la ensaladilla rusa, los macarrones con tomate frito y otras viandas y postres que no recuerdo ya. Los chicos despachamos sin rencor la botellita de vino tinto y en vez de salir a la aventura, como teníamos programado, nos tomamos los cafés en la tranquila zona del bar del hotel.

El móvil de Manuel echaba humo de tantas llamadas que hizo a Manuela y Mónica, que se perdían por delante de nosotros entre el gentío cada dos por tres embebidas en sus confidencias, y las llamadas a Miguel que se quedaba rezagado haciendo fotos espectaculares. Eso sí, todos tan relajados y despreocupados como dispersos la mayor parte del paseo.

Yo me enganché a Manuel y nos recreamos en contarnos intimidades y ponernos al día, mientras Mónica y Manuela seguían con sus temas cada vez más emancipadas y autónomas. ¿Y Miguel? Cuando lográbamos reunirnos con él, esporádicamente, nos mostraba alguna foto nueva que acababa de tirar y se volvía a marchar de caza.

En uno de los miradores, un guitarrista sentado en su silla plegable de madera recreaba maravillosamente temas como “Aleluya” de Leonard Cohen, “Hotel California” de los Eagles y una canción de The Cure. Le premié con un par de euros y mi sincero aplauso de reconocimiento, que no dudó en agradecerme. La gente pululaba y hablaba a su alrededor sin mirarle siquiera y únicamente a mí se me ocurrió felicitarle por su descomunal talento musical. Le pedí a Miguel que le sacara una foto sin plantarme yo a su lado. Otra toma genial del artista de los atardeceres marinos.

Saliendo de allí pasamos junto a un grupo que observaba en la rocalla junto a un murete del mirador a una joven gaviota que nos miraba a todos a menos de un metro sin el menor recelo ni temor como esperando fotos o comida.

De regreso del paseo vespertino acusé sequedad en la boca y pedí al grupo una paraeta para tomar una tónica o cerveza. Miguel, guía intachable, nos llevó a una coqueta terraza encima de un pub inglés, “The White Lion”,  con vistas magníficas hacia el mar y su isleta. Fui a pagar y se me había adelantado de nuevo el más rápido del oeste, Manuel. Me ha animado a seguir practicando, aunque duda que le gane ningún duelo en el futuro. Es terrible, pero de estas derrotas sólo consigo consolarme relatando las cosas a mi manera, convencido de que ante las teclas del ordenador no tengo rival. (Falso. Acabo de leer “La sombra del viento” de Carlos Ruiz Zafón sin comprender que no le dieran el premio novel antes de fallecer).

En este simpático y destartalado encuentro hemos disfrutado como para dar envidia al más guapo.
Y por no faltar, no han faltado el intercambio de regalos y fotos, ni una pequeña sesión de péndulo al poco tiempo de encontrarnos.
Además, hemos andado más de 15.000 pasos casi sin darnos cuenta.
Como ya di las gracias al comenzar esta crónica, aquí os dejo las fotos de Miguel y Manuel, que son gloria divina, aunque me encantaría que Miguel nos regalase la foto del guitarrista y algunas otras de arte mayor que ya está sacando en su Palante cotidiano.



                        En la playa de Levante




                           

                             In the White Lion




                    En la cafetería del hotel Golden




 

                      En el mirador entre playas



2 comentarios:

  1. Amigo Pedro, mis felicitaciones por tu estupenda crónica. Es fiel reflejo de los momentos vividos en esta jornada y contada con todo lujo de detalles. Yo seré el más rápido al oeste del río Pecos, pero tú eres el mejor y me superas en todos los campos de la escritura.
    Muchas gracias a Mónica y a ti por dejar vuestro rincón de confort y querer compartir con nosotros estas horas en Beniyork (feliz definición por tu parte). Gracias también, como no, al gran maestro y número uno de la fotografía, nuestro querido Miguel.
    Recibid un fuerte abrazo de Manuela y mío. Hasta otra ocasión.

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  2. Encantados de haber salido de nuestra guarida aprovechando la oportunidad de disfrutar a destajo de vuestra grata compañía y sincera amistad.
    Nos habéis dejado un poso de alegría en el alma que disipa mis rencores por perder tantos duelos al oeste del Pecos, en Sinsinati y en la garganta del Colorado.
    Fue un encuentro estupendo que también tenemos que agradecer a nuestro común amigo Miguel, que en los ratitos que no hacía fotos estuvo con nosotros y nos regaló a Mónica y a mí un agradable viaje de ida y vuelta.
    Lo de Beniyork lo ha aportado Mónica que disfrutó a lo grande hablando con Manuela. Me ha confesado que se olvidaron de nosotros en los paseos, suponiendo que estaríamos caminando tras ellas.
    La crónica es muy mejorable. Yo tan sólo relato como puedo.
    Aún espero, aunque con poca fe, que Miguel me mande alguna fotito de las suyas, sin el grupo, para mejorar la crónica.
    Un abrazo enorme y un envite audaz para subir juntos al Puig Campana.

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